Al hilo del anterior artículo (El mejor consejo recibido en toda mi vida) ahora toca hacer un ejercicio de reflexión sobre cuál ha sido el peor consejo que he dado.
Creo que intentar buscar el mejor no tiene mucho sentido, sobre todo porque en la mayoría de los casos la gente no se deja guiar por lo que digo. Y porque un consejo positivo puede ser como el que lanza un montón de dardos a una diana. Si uno da en el centro, nos podemos olvidar del resto y centrarnos en ese gran ganador, lo que no deja de ser una mentira.
El caso es que no me gusta influir en las personas, me gusta que cada cual cometa sus errores y aciertos. En general los consejos se suelen aceptar de forma estadística. Diez te dicen que te cases, dos que no. Será que es tiempo de boda. A mi sin embargo no me gusta aconsejar obviedades. Me toca estar en ese grupo de dos que acaba dando el consejo que se descarta.
A lo que iba. Hay un consejo por encima de todos los demás que recuerdo como una desacertadísima sugerencia. Es el siguiente.
Un amigo mío acababa de terminar el curso de preparación al examen de acceso a la Universidad. Estaba pendiente de la nota de este examen para decidir su futuro. Le sucedía lo que a tantos otros. Primero se quiere ser torero, bombero o futbolista. Luego se va entrando en vereda. Al final hay una patética fase de la vocación personal en que uno acaba queriendo estudiar las carreras que tengan las notas de acceso más altas. En esto es como con los pisos: se quiere comprar aquel que esté al límite de nuestras posibilidades.
Por eso hay más gente que quiera ser médico a enfermero. Y más dispuestos a ser enfermeros que celadores. Y sin embargo el mundo está organizado del revés: hay muchos más celadores que enfermeros. Y más enfermeros que médicos.
Mi amigo había amasado a lo largo de los cursos de instituto la idea de que su vocación le empujaba a ser médico. No era una vocación real, o al menos no se me antojaba a mi que lo fuera. No puede ser que te de un impulso repentino, no manifiesto en todos los años anteriores, hacia estudiar una carrera concreta. Bueno, poder sí puede ser, pero no me parecía que aquello tuviera mucho valor.
A pesar de esta historia, en que queda manifiesto mi error, no consigo quitarme de la cabeza la idea de que esas vocaciones estudiantiles son casi todas equivocadas. Carreras muy vocacionales, como son medicina, policía, periodismo, ingeniería aeronáutica o del automóvil, suelen atraer a jóvenes seducidos por imágenes televisivas que no tienen mucho que ver con la realidad de dichos empleos.
Muchas de estas alternativas surgen de golpe, en los últimos años, y de repente adquieren una consistencia pétrea. Los estudiantes ahora sólo quieren estudiar eso, no hay ninguna otra carrera universitaria posible: o soy médico, o estudiaré algo frustrante e inútil como Empresariales o Educación Especial. No se admiten términos medios.
Pues bien, este amigo mío tenía buenas notas y bastaba con mantenerlas en el examen preuniversitario. Sin embargo, como siempre sucede, las notas fueron algo peores a las que llevaba obteniendo anteriormente. Conclusión: Por pocas décimas no podía estudiar Medicina – en su ciudad.
La opción era irse a estudiar a otra ciudad, donde sí que le llegaba la nota por los pelos. Pero este amigo estaba bastante mal de dinero, además de que tenía un conocimiento del mundo bastante limitado pues siempre se lo habían dado casi todo hecho. Además las perspectivas no eran sencillas: tendría que aprobar todas las asignaturas del primer curso si quería tener la opción de volver a su ciudad con un traslado de expediente. La alternativa de seguir en la otra ciudad solo daba, y con dificultad, para un año.
Aquí me surge otra luz de alerta, que es que cuando el destino te cierra una puerta, es por algo. Si vas a estudiar en una universidad donde TODO el mundo tiene una nota más alta que tú, no eres más que la cola del ratón. Tus perspectivas de brillar, o por lo menos ser un estudiante del montón de arriba, son insignificantes.
Lo peor es el desgaste psicológico de sentirte uno de los peores del grupo. Eso afecta a la autoestima en una época en que el cerebro todavía está blando. Muchos no se recuperan nunca. Si en esa carrera no se está a la altura se tira la toalla tras perder un par de años, con la moral y las fuerzas por los suelos. Esas personas son como objetos lanzados al azar de la vida, pueden caer en cualquier sitio y de cualquier forma.
Pues bien, a mi amigo le insistí – algo raro en mí – para que abandonara ese camino. Le expliqué todo lo que he puesto más arriba, de todas las formas que me parecieron posibles. Le empujé a la vía alternativa, que era la biología – el que la biología sea a menudo un repositorio de aspirantes a médicos insuficientes es algo que me desquicia.
Insistí bastante. Lo pinté todo lo negro que pude. Y no me hizo caso. Y no solo eso, sino que en una secuencia inverosímil, como en una partida de parchís en que te salen los números exactos para ir saltando y matando, todo le fue saliendo a pedir de boca: aprobó cada asignatura del primer curso. En la ciudad que no era la suya se sintió a gusto y consiguió independencia y autoestima. Volvió a su ciudad y se volvió a encontrar a gusto y a seguir aprobando las asignaturas sin grandes dificultades y obteniendo becas cada año y luego consiguiendo un trabajo de ensueño, en una sucesión de acontecimientos que parecía perfecta. Y así siguió, y así sigue, todo le ha salido bien. Mi consejo hubiera sido una puta mierda. Fue el peor consejo que he dado en toda mi vida, porque sé que muy pocas personas consiguen esa felicidad y que si no hubiera seguido el camino que siguió, cada uno de los pasos, no habría llegado tan lejos.
Por supuesto que me alegro de que no me hiciera el más mínimo caso. Siempre me quedará un punto de culpabilidad al sentir que estuve a punto de derrumbar todo eso, con mis ideas pragmáticas y un tanto desapasionadas.