El n-ésimo mandamiento del consumismo dice evitarás los objetos usados. En contadas ocasiones se admiten excepciones. Por ejemplo, la gente no tiene ningún miedo a los coches de segunda mano. Con otras objetos se plantean ciertos reparos, como con los libros y discos usados.
Los muebles, sin embargo, producen un rechazo total. Sabemos que han pertenecido a otros, pero el no saber a quién, qué habrá hecho esa familia, se nos antoja terrible.
Aún así, mucha gente amuebla su casa con cosas encontradas en la basura. Sobre todo estudiantes y quienes preparan un piso para ser alquilado. Y es que los muebles de un piso de alquiler son los menos exigentes del mundo, tan sólo se les exige que existan.
En uno de los primeros sitios en que viví, de alquiler, el sofá era terrible. El casero no sólo se negaba a cambiarlo, sino que no atendía a nuestras súplicas de que simplemente se lo llevara y dejara ese espacio vital libre. Muchas veces sentía el impulso de coger un sofá de la basura, que casi siempre estaba en mucho mejor situación.
Creo que si hay un objeto que despierte el terrible miedo a lo usado es el colchón. Ni la persona más miserable del mundo se atreve a coger uno de la basura, aunque a veces se vean algunos en perfecto estado. A menudo he visto anuncios de gente que se mudaba con urgencia y liquidaba su antigua cama a precio de saldo sin encontrar compradores. Nos da miedo el colchón ajeno.
En alguna conversación he mencionado el asunto y siempre me dicen eso de “a saber qué han hecho ahí”. Pues a las malas, mucho sexo. Alguna incontinencia nocturna, que en el caso de una borrachera puede ser más grave. Pero no hay mal que cien años dure y que un par de buenos lavados no quite. No me vale la excusa cuando para el sofá es mucho más fácil poner todos esos peros y nadie muestra sin embargo tantos reparos.
Luego me ha tocado dormir invitado a casa de amigos, conocidos y otros que no lo eran tanto. Y nunca he tenido reparo en averiguar la problemática del colchón. Ni yo ni nadie. Que el colchón haya pasado por la calle tampoco lo convierte en algo infecto.
Supongo que bajo este pánico se esconde el trasfondo animal del asunto. Pasamos tantas horas en la cama que es el sitio donde más firmemente hemos marcado nuestro territorio. Nos da pánico pensar que estamos tomando un objeto tan marcado por otras personas. Nos resulta insoportablemente agresivo.
Puede que al final no sea más que una cuestión olfativa. El colchón, objeto que nunca se mueve, que absorbe todo tipo de olores corporales, expuesto a los humores de sus ocupantes. Mal ventilado. Lo mismo sucede con la ropa prestada por otras personas, no importa la confianza que tengamos con ellas, lo primero que pensamos es en lavarla. Eliminación de olores.
Nos comportamos como simples perros, que todo lo huelen, pero hemos subjetivizado el puro instinto animal hasta transformarlo en “me da cosa”, “me da asco”.
[Este post fue escrito por primera vez en 7 de Noviembre de 2004, siendo reescrito hoy.]
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♦ Muebles de la basura
♦ Mueble tirado
La falacia del biodiesel
Me parecen fantástico que por fin las nuevas energías estén ocupando un lugar cada vez más significativo en el espectro energético disponible. Lo que antes era petróleo casi exclusivamente puede acabar convirtiéndose en un montón de diferentes energías; la variedad siempre ha obrado en beneficio del consumidor.
Entre estos nuevos productos, comienza a ocupar un lugar destacado el biodiésel. El biodiésel es, al fin y al cabo, un aceite vegetal transformado en un producto de características similares a la petróleo de los motores diésel.
Tiene todas las ventajas imaginables: es un producto de origen vegetal, de ahí que al menos teóricamente su producción pueda ser infinita, si esta se potencia. Hoy en día puede resultar más barato que el petróleo y los residuos que produce son menos tóxicos que los de este.
Hasta aquí, digamos que todo es incuestionable. Pero llega el momento para los datos dudosos. El primero y más preocupante es el de las emisiones de CO2. Teóricamente, al quemarse el biodiésel se produce CO2, igual que con la gasolina, pero como la planta, en su proceso de crecimiento, absorbió CO2 y devolvió oxígeno a la naturaleza, se tiende a sobreentender un balance positivo.
Con este punto, topamos con carne de falacia. El biodiésel como tal produce tanto anhídrido carbónico como la gasolina. Sin embargo, se está contando con el que destruyó en su pasado.
Imaginemos que en el proceso de creación del petróleo, algunos millones de años antes, se creara oxígeno – cosa que no ocurre – ¿A quién diablos le interesa ese oxígeno hoy en día?
Derechos de autor
Una de las historias más sorprendentes de plagio y mentira es la del periodista y escritor Nahuel Maciel. Les recomiendo que la lean de aquí, en un interesantísimo artículo de Mario Diament y mejor lectura que este resumen.
Para los perezosos, saber que Nahuel Maciel consiguió un crédito literario en Argentina bastante notable, a base de entrevistas a escritores y pensadores de primerísima fila. El principal problema era que se inventaba las entrevistas por completo.
Toda la personalidad de Nahuel Maciel se resume en su libro El elogio de la utopía, publicado en 1992 (ISBN: 9509067482). Y es que todo él es una gran mentira.
El libro es un compendio de entrevistas realizadas a Gabriel García Márquez por el propio Nahuel. Como pudo saberse algún tiempo después, esas entrevistas eran completamente inventadas.
Antes de cada capítulo, Nahuel Maciel realiza una introducción al mismo. También se descubrió que era una mera copia, palabra por palabra, del libro Prior de la Ciudad de los Toldos, de Mamerto Menapace. La aportación de Maciel fue sustituir en cada párrafo la palabra “Dios” por “utopía”.
Finalmente, el prólogo al libro, supuestamente escrito por el escritor uruguayo Eduardo Galeano, también era una invención de este genial artista de la mentira.
Abandonemos la historia de Nahuel Maciel, que insisto es quizás la más interesante de todas, relatada por Mario Diament. Y centrémonos en ese prólogo de Eduardo Galeano. A diferencia del sacerdote Mamerto Manapace, bastante desconocido fuera del ámbito eclesiástico argentino, Eduardo Galeano es un reconocido escritor con una amplia página en la Wikipedia en castellano.
Lejos
El Punto Nemo (48°50’S 123°20’W) es el lugar situado en el mar más alejado de cualquier tipo de tierra firme. Se encuentra en el sur del océano Pacífico, a 2.688 kilómetros de la isla Ducie (perteneciente a las Islas Pitcairn) en el norte, Motu Nuir (una pequeña isla junto a la Isla de Pascua) en el noreste y la isla Maher, de la Antártida, en el sur.
El punto terrestre más alejado del mar (Polo de inaccesibilidad de Eurasia) (46°17’N 86°40’E) se encuentra en el norte de China y está a 2.645 kilómetros de la costa más cercana. Está a unos 320 kilómetros de la ciudad de Ürümqi, en la región China de Xinjiang, en el desierto de Dzoosotoyn Elisen.
Resulta curioso que la máxima distancia de la tierra al mar o del mar a la tierra sea casi un mismo valor – 2.650 kilómetros. La distancia de Aranjuez (Madrid) a Estocolmo.
Tomado de la Wikipedia.
Pluto
Mucho se está hablando ahora sobre Plutón. Y es que este planeta puede dejar de serlo en breve. Más probablemente, provocará que nuevos miembros ingresen en la lista de planetas, llevando a que recordarlos todos resulte más confuso que el mapa de los Balcanes.
La historia del nombre de Plutón es fascinante. Gran parte del mérito de su descubrimiento se debe a Percival Lowell, un astrónomo que se pasó su vida tratando de localizarlo y que marcó las directrices del trabajo a seguir. No en vano sería un miembro del Observatorio Lowell, de Arizona, el que lo descubriría finalmente. Clyde Tombaugh fue su descubridor, el 18 de febrero de 1930. La confirmación a su observación la obtuvo el 13 de Marzo de 1930. El niño había nacido y había que bautizarlo.
A partir de ahora, traduzco literalmente de la Wikipedia:
El privilegio para darle un nombre a Plutón quedaba en manos del Observatorio Lowell y en su director, Vesto Melvin Slipher. En palabras del descubridor, Tombaugh, Slipher se vio forzado a sugerir un nombre para el nuevo planeta, antes de que algún otro lo hiciera. Pronto empezaron a llover propuestas de todas partes del mundo. Constance Lowell, la viuda de Percival Lowell, propuso Zeus, posteriormente Lowell para terminar sugiriendo su propio nombre. Ninguno de los cuales fue acogido con entusiasmo. Una joven pareja escribió solicitando que el planeta tomara el nombre de su hijo recién nacido. Muchos nombres mitológicos se sugirieron: Cronos y Minerva(propuesto por el New York Times, sin saber que ese mismo nombre había sido propuesto para Urano 150 años antes) ocupaban los primeros puestos de la lista. También en ella figuraban Artemisa, Atenas, Atlas, Cosmos, Hera, Hércules, Ícaro, Idana, Odín, Pax, Perséfone, Perseo, Prometeo, Tántalo, Vulcano y muchos otros. Un problema resultaba el que muchos de estos nombres mitológicos ya habían sido asignados a algunos de los numerosos asteroides.
El nombre que perduró para el planeta fue el del dios romano Plutón, que también intentaba evocar las iniciales del astrónomo Pervival Lowell, quien predijera que debía haber un planeta más allá de Neptuno. El nombre fue sugerido por primera vez por Venetia Phair (Burney, de soltera) que entonces contaba con once años de edad y vivía en Oxford, Inglaterra. Desayunando una mañana, con su familia, el abuelo – que trabajaba en una biblioteca universitaria de Oxford, leyó la noticia del descubrimiento del nuevo planeta en el Times. El abuelo le pidió a la nieta que sugiriera un posible nombre para él. Venetia, que por entonces estaba muy interesada en la mitología griega y romana, sugirió el nombre del dios romano de los infiernos. El abuelo se lo contó al profesor Herbert Hall Turner y este mandó un telegrama a sus compañeros en América con la sugerencia, y tras una favorable acogida, de forma casi unánime, el nombre de Plutón fue oficialmente adoptado y anunciado por el director del observatorio, Slipher, el 1 de mayo de 1930.
Nunca una inocente sugerencia llegó tan lejos. En honor a Venetia Burney, la joven estudiante de Oxford, se bautizó al asteroide 6235 Burney. Uno de los instrumentos de la nave New Horizons, que navega rumbo a Plutón para explorarlo junto con sus satélites, recibe también su nombre en honor a ella.
En una de esas vueltas de tuerca del destino, al casarse Venetia perdió su apellido – en Inglaterra no existía la posibilidad de elección – con lo que le resultó más fácil dar su apellido a un asteroide que mantener el suyo propio en el planeta Tierra.
Tlön
Debo a la conjunción de un espejo y de una enciclopedia el descubrimiento de Uqbar. El espejo inquietaba el fondo de un corredor en una quinta de la calle Gaona, en Ramos Mejía; la enciclopedia falazmente se llama The Anglo-American Cyclopaedia (Nueva York, 1917) y es una reimpresión literal, pero también morosa, de la Encyclopaedia Britannica de 1902.
Así comienza, “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, del libro de relatos Ficciones, publicado en 1944, de Jorge Luis Borges. El relato completo puede, por ejemplo, leerse aquí.
Dicho relato es, en mi opinión, uno de los mejores de Borges, y por añadidura de toda la literatura en castellano.
La narración Tlön, sin embargo, pudiera constituirse como un relato en sí mismo. El propio Borges realizó una acotación en la historia, separando el relato en dos partes y una posdata.
Las 1.326 palabras que componen el relato de Tlön, son quizás, las más perfectas de la literatura en castellano. Incluye un comienzo sorprendente, alguna frase en inglés, la cita de varios libros y enciclopedias en su idioma original.
Los personajes del relato – Borges, Bioy Casares, Carlos Mastronardi – son escritores reales. Se menciona a De Quincey, el escritor que mayor influencia tuvo en la escritura de Borges. Algunos de los autores cuya bibliografía se cita son exactos, algunos de los libros están mal atribuidos y otros sencillamente son inventados.
La forma de moverse entre realidad y ficción de este relato es, sin dudarlo, la más perfecta que jamás se haya conseguido. La historia de la búsqueda de Tlön, detectivesca, recuerda a las búsquedas actuales a través de Internet. El resultado final, estremecedor e inquietante.
La lectura del relato de Tlön no debe realizarse frente a la pantalla de un ordenador o en el autobús, camino del trabajo. Debe hacerse en casa. A ser posible en soledad y bajo un silencio absoluto. Deteniéndose en cada palabra. La escritura de Borges se caracteriza por lo concreto de su lenguaje, la densidad del texto es máxima. Sólo hay que pensar que la historia más larga que Borges escribiera es el relato de Tlön, Uqbar, Orbis Tertius. Unas escasas 20 páginas. El relato de Tlön no son más que dos páginas en formato Word. La cita de libros cultos ,una constante en la escritura borgiana, puede resultar molesta o innecesaria. En este caso, es totalmente pertinente.
Estructuralmente la forma de escribir de Borges es suprema. Su capacidad para llevar una historia, partiendo de un hecho trivial, hasta lo más sublime, aún no ha sido igualada. Tras leer Tlön, más de una vez si se considera necesario, se puede uno detener en el proceso creador del escritor, desde delante hacia atrás. Comienza hablando de un espejo y termina descubriendo otro mundo.
Se ofrece guionista
Hola. Tengo un guión de 20 páginas tipo fábula futurista lleno de personajes tecnócratas, secuencias oníricas, calvinistas, robots, ángeles y un nuevo Edén. Quisiera encontrar dibujante o ilustrador al que interese el proyecto, yo soy guionista, pero es la primera vez que escribo un cómic. Es una historia que creo que vale la pena y me gustaría verla en imágenes. Si estás interesado en leerla, escríbeme y te la envío. Gracias!
Tomado de un anuncio por palabras, en Loquo.
Ser grande
Si nos preguntan por una gran persona de la Historia, solemos pensar en aquellos que la transformaron completamente. Jesucristo suele vencer en las encuestas al hombre más grande de la Historia. Quizás Alejandro Magno ocupe el segundo lugar.
Sin embargo, inconscientemente solemos asociar la grandeza con la bondad. Personas como Ghandi fueron más buenas que grandes. En mi opinión, muchas personalidades fundamentales de la Historia, grandísimos hombres, fueron auténticos indeseables.
El compositor Richard Wagner tiene una de las biografías más infames de entre todos los músicos de la historia. Pero hizo algo que ningún compositor importante soñó con hacer.
Mozart compuso sus primeras piezas con cinco años. Johannes Brahms aprendía a tocar el piano con tres años. Frederic Chopin había publicado sus dos primeras polonesas para piano con siete años.
Wagner, sin embargo, siempre quiso ser escritor dramático. Cuando cumplía los dieciocho años se dio cuenta de que el teatro que existía en su época era demasiado pequeño. La concepción del teatro que abarcaba su cabeza era muy superior a lo que el mundo le estaba ofreciendo.
Con dieciocho años, Wagner creó el concepto de la Gesamtkunstwerk (la obra de arte absoluta). Pensaba que había que fusionar todas las artes bajo un mismo espectáculo (música, teatro, efectos visuales, drama). La ópera del momento era el mejor espectáculo artístico de la época, pero el contenido dramático que se ofrecía era muy pobre. Las historias eran muy sencillas y hasta ridículas. Faltaba el pathos del teatro griego.
Lejos de tratar de convencer con sus escritos a que otros siguieran sus ideas, se puso el mono de trabajo y, con dieciocho años, se apuntó a la escuela de música. Este simple hecho, junto con su capacidad para llevar su determinación hasta las últimas consecuencias, lo convierte en el hombre que se dedicó a la música más grande de la Historia.
La producción musical de Wagner prácticamente se limita a las óperas, algo inaudito en la profesión de compositor. Su obstinación le llevó a crear en los últimos años de su vida la mítica tetralogía del Anillo del Nibelungo. Cuatro óperas (El crepúsculo de los dioses, Sigfrido, La Walkiria, El oro del Rin) soberbias, majestuosas, basadas en el poema épico alemán Das Nibelungenlied del siglo XII.
Cuatro óperas con argumentos complejos, con vestuarios de época extensísimos, ambientaciones majestuosas, música de primerísima calidad.
Las óperas de Wagner son muy largas, fácilmente pueden durar cinco y seis horas, contando los descansos. En vida de Wagner se inauguró para sus trabajos el teatro del Bayreuth, en Baviera, diseñado por el mismo Wagner. Entre sus peculiaridades se encuentra el hecho, ahora habitual, de que la orquesta queda totalmente invisible para el público, quedando todo el espacio escénico para los cantantes-actores.
Desde entonces esta pequeña ciudad del sur de Alemania acoge cada año un festival que suele coincidir con todo el mes de agosto. En mi modesta opinión, toda persona a la que le guste la música clásica debería realizar al menos tres cosas antes de morir:
La primera es oír una ópera de Wagner en Bayreuth, es caro, hay que planificarlo con meses de antelación, pero es algo que no se puede dejar pasar.
La segunda es oír la Novena sinfonía de Beethoven, la música más grande jamás compuesta, en una interpretación tan buena como resulte posible.
La tercera es asistir a una representación de una de las mejores orquestas del mundo – la Orquesta Filarmónica de Berlín es la mejor. Y si puede ser para una gran pieza para orquesta (una sinfonía de Mahler, la Turangalila de Messiaen, un concierto del siglo XIX, una sinfonía de Beethoven o Brahms).
Noticias de temporada
Ayer nos alumbraban los medios de comunicación con la noticia: Cada madrileño gastó en juego 718 euros el año pasado.
Me trae sin cuidado el dato, que no merece comentario alguno. Piensa en la metanoticia. ¿Hacen falta ocho meses para calcular el gasto en juegos de azar del 2005? No es más que una noticia de relleno, que puedes almacenar en la recámara durante meses, que puedes publicar con el móvil desde la playa en Benidorm.
El mareo de Margaret
Lo que para ingleses y alemanes alcanza el rango de enfermedad, para nosotros no es más que un simple mareo. Los primeros llaman a esta afección seasickness, algo así como enfermedad del mar. Para los alemanes, se trata del Reisekrankheit, la enfermedad del viaje.
¿Cuán grave puede resultar un mareo? Quizás el mareo más grave de la historia sea el que afectó a la que fuera virtualmente reina de Escocia, Margaret (1283-1290).
Por una serie de muertes coincidentes, la que fuera nieta del rey escocés Alexander III, acabó adquiriendo el derecho a la sucesión en el trono de Escocia. Margaret no era más que una niña de tres años de edad, hija de los reyes de Noruega.
Cuando Margaret tenía siete años de edad, fue enviada a Escocia por sus padres, que habían gestionado su matrimonio con el hijo de Edward I de Inglaterra, lo que consolidaría los tronos de Escocia e Inglaterra bajo un mismo reinado.
El barco zarpó de Noruega y llegó a las islas Orcadas, al norte de Escocia, a finales de septiembre de 1290. Margaret, una niña pequeña que nunca había navegado, ante un viaje duro por un mar peligroso. Murió durante el viaje. De mareo.