Perros abandonados

A primeros de año siempre se oye la noticia de la gente que regala mascotas y la alerta de que muchos de esos animales acabarán, pocos meses después abandonados.

La solución que mencionan para evitar este problema es siempre la misma: adoptar perros, en vez de comprarlos.

Es sorprendente como se puede aceptar algo tan falto de lógica, que se repite año tras año, tan solo porque emocionalmente se percibe como la medida adecuada.

Supongamos que los perros fueran teléfonos móviles de última generación y que los que los compran no son otros sino abuelos, con su escasa facilidad para adoptar nuevas tecnologías.

Tarde o temprano se enfrentan a los problemas de usar aparatos tan complejos. En muchos casos la dificultad les supera y acaban solicitando volver a los teléfonos que tenían antes.

Ahora apliquemos la lógica de los perros abandonados: en lugar de comprarse un Iphone nuevo, hubiera sido mucho mejor que se compraran un plasticoso Samsung de gama baja y encima de segunda mano. De esa forma, se evitarían los problemas de abandono de teléfonos móviles.

Lo obvio es que es mucho más fácil que el abuelo sepa manejarse con un teléfono de primera calidad, con usabilidad cuidada hasta el paroxismo y estética provocadora de erecciones, antes que con un telefóno que evoca miseria, descuido y en que nada funciona del todo bien.

El que compra y abandona cuando el cachorro crece y se convierte en un problema es una persona de valores morales en números negativos. Si adoptara un perro, sus valores no cambiarian. Por el contrario, se daría cuenta mucho antes de que no quiere un perro estéticamente mediocre, ya mayor y con posibles problemas psicológicos. Y lo abandonaría. El número de abandonos aumentaría, pues habría más motivos para el rechazo, incluyendo los atenuantes psicológicos de “yo no soy el que lo abandonó la primera vez” y el nada despreciable de valorar poco aquello por lo que no se ha pagado nada.

Adoptar perros es muy noble, pero si le preguntas a una persona que trabaja en un refugio para animales maltratados, ante cualquier problema su solución será “que hay que adoptar más perros”. ¿Violencia de género? Hay que adoptar más perros. ¿Desempleo? Adoptar perros.

La verdadera solución es que ese tipo de personas no compre perros jamás. Y los que si tienen humanidad, que los adopten o compren. Pero como todo tiene que ser democrático, tenemos que aceptar este tipo de consejos genéricos, vacíos de contenido y que, la verdad, nunca solucionarán nada.

Ridículo

Hace unas cuantas semanas fui al espectáculo de ‘El Circo de los Horrores‘. Lo que podría calificarse como ‘circo moderno’ es una mezcla de números de extraordinaria habilidad, musicales y humor ácido.

Como en todos los espectáculos de pago, está totalmente prohibido grabar vídeos o realizar fotos. Aunque siempre hay alguien que ignora la prohibición, no creo que en esta representación se atreviera casi nadie a saltársela.

Y es que en la parte de humor los artistas se pasean sobre el escenario y vituperan e insultan despiadadamente a todo aquel que se cruza en su camino. Pero los que fuimos allí a verlo sabíamos a lo que íbamos, en una función que gira en torno al diablo, el infierno y el pecado. Se va dispuesto a reírse de los demás o de nosotros mismos, según quien fuera el foco de atención de los actores.

En uno de los momentos más extremos, suben a dos chicos al escenario para que hagan un stripe tease. Lo que empieza con una camiseta fuera acaba en ropa interior – o aún menos – según lo que la situación permita.

Ante una audiencia de más de dos mil personas, a nadie le apetece quedarse casi desnudo y rodeado de personajes bizarros que no inspiran tranquilidad. Sin embargo, lo que hace veinte años podía haber sido el momento más embarazoso de sus vidas para los que accedieron a subir al escenario a desnudarse, hoy en día no fue más que una divertidísima noche, para voluntarios y público.

Me llamó la atención la enorme diferencia que supuso aquí el que no hubiera móviles que todo lo graban. Hoy en día resulta mucho menos vergonzoso desnudarse en un escenario ante un público masivo que dar un discurso ridículo en un cumpleaños familiar o cantar con los amigos.

Además, la puntilla la da Facebook, que automáticamente reenvía a todos tus conocidos cualquier locura en que hayas podido tomar parte y haya quedado registrada. La obsesión por los vídeos y las fotos lleva a que cada vez haya menos momentos verdaderamente espontáneos, de acciones que se hacen en el momento sin pensar en las consecuencias. O más bien porque se sabe que no tienen que tener mayores consecuencias.

Simplemente quería compartir esta reflexión con vosotros.

Inmigrantes

Durante las últimas semanas se ha incrementado masivamente el número de inmigrantes ilegales que entran en Europa. Gran parte de ellos provienen de Siria, un país destrozado por complicados conflictos internos y externos que van más allá de una guerra civil.

En muchos países europeos se ha planteado el debate de si debe acogerse a toda esa población y, en caso de que sí, cómo debe hacerse. Se han discutido cuotas y se ha hablado de países solidarios e insolidarios.

El debate que se ha puesto sobre la mesa me parece absolutamente fuera de toda sentido común. Se ha producido una crisis humanitaria sin precedentes y los periodistas se han encontrado con mucho interés por parte de la opinión pública. El mismo interés que pueden ocasionar asesinatos de niños, casos de maltrato o escándalos financieros. Los periodistas detectan que a la gente le interesa y hablan más sobre el tema, la gente, bombardeada por la información, adopta una postura más firme en torno a este problema y se produce un círculo virtuoso o vicioso, según se mire.

La postura inicial de España en este problema ha sido la de siempre: no queremos inmigrantes ni en pintura. Poner todo tipo de trabas para que puedan quedarse legalmente, facilitar todo tipo de mapas donde se indique claramente dónde está Francia y en qué dirección se va hacia Alemania.

El gobierno no adopta esta estrategia porque sí. Ni exclusivamente porque sea un gobierno de derechas. Simplemente hace lo que cree que la gente, o al menos sus potenciales votantes, quiere. Es por ello que se han encontrado con una necesidad de cambiar de rumbo bastante paradójica. Ahora la gente quiere otra cosa.

¿De verdad quiere la mayoría que se acojan a todos los sirios que sea posible? En mi opinión es un caso más de borreguismo provocado por los medios de comunicación. Este tipo de espejismos se provocan por la continua polarización de todos los temas que se tratan en la televisión. O blanco o negro. O Cataluña o España. O derechas o izquierdas. A favor de los toros o en contra. Solidario o insolidario.

La mayoría de la población española es solidaria – ojo, sólo en este mediático asunto – por ceguera económica. A diferencia de otros países, en España los gastos indirectos nunca nos han preocupado demasiado, porque la gente está acostumbrada a ignorar que todo gasto del país está siendo sufragado por sus bolsillos. Si sube el IVA del pan un céntimo, se puede desatar una nueva Guerra Civil, pero si se grava con un impuesto ecológico de 5 céntimos por kilo de trigo a los productores, a la gente le dará absolutamente igual.

Así, la solidaridad que se espera con los refugiados sirios es – salvo los casos de personas que realmente se han implicado a nivel personal, a veces hasta ofreciendo espacio en sus propias casas – una solidaridad que se espera que ejerza el gobierno sin preocuparse de los gastos o problemas que pueda acarrear.

Recuerda la postura de un niño pequeño que ve un perro en la calle y quiere adoptarlo. Son los padres los que ven los problemas, los gastos y sobre todo la certidumbre de que ese niño, cuando pase un tiempo, se olvidará del perro.

La superficialidad del debate sobre los refugiados sirios lleva al punto de que todo lo que escriba aquí será reducido a ‘un artículo donde se compara a los sirios con perros’.

Uno de los aspectos más miserables de la crisis humanitaria Siria es la omisión del resto de crisis simplemente ‘porque los niños sirios se parecen a nuestros niños’. Del África subsahariana han estado llegando miles de personas todos los años y la opinión pública mayoritaria siempre ha sido el rechazo. Vidas miserables de venta infructuosa en el top-manta, alejados de la realidad social. Siempre solos o con otros compañeros de sus países de origen, las opciones de integración para los subsaharianos han sido, en gran parte, inexistentes. No hay mayor miseria que el aislamiento social al que se les somete y las vidas perpendiculares al mundo de riqueza donde se encuentran. Muchos pasan de un mundo sin oportunidades para nadie a un mundo sin oportunidades…para ellos.

También se habla de que los emigrantes sirios son clases medias, muchos con estudios universitarios, muchos saben idiomas. Se supone que por ello será fácil integrarlos. La realidad es que España es un país que estaba lleno de jóvenes de clases medias con estudios universitarios e idiomas que se tuvieron que marchar del país. Se va a producir la delirante situación de acoger a algunas decenas de miles de sirios tras haber tenido que dejar marchar a cientos de miles de españoles.

¿Cuántas profesiones de refugiados sirios son compatibles? Desde luego que los médicos y enfermeros pueden trabajar inmediatamente en nuestro país. Pero, ¿De qué nos sirven policías, funcionarios, traductores, comerciales, profesores o fruteros? El verdadero drama de España es que no hay trabajo para casi nadie, si entra más gente, que además tiene el hándicap del idioma, la cultura y la falta de contactos, ¿Cómo se van a poder integrar?

A mi no me preocupa tanto si España debe o no acoger refugiados sirios como el hecho de pensar que no estamos en condiciones de acoger a nadie. Y la misma gente que se queja de la falta de perspectivas profesionales para sus hijos, pide que se acojan a más personas sin siquiera considerar que son más bocas que alimentar, que tendrán que buscar trabajo, alquilar pisos y, si se hace como parece que la gente pide, eso se tendrá que pagar de nuestros impuestos, al menos al principio.

Un problema real que han vivido muchos países de Europa – y no España – es el haber acogido muchos inmigrantes de países musulmanes sin control. Luego se han encontrado con guetos que han crecido hasta dimensiones preocupantes. Hay barrios enteros de Berlín donde sólo viven turcos. 1.500 franceses se han ido a combatir apoyando al Estado Islámico. Un cuarto de la población de Bruselas es musulmana. Normalmente se habla en términos multiculturales de forma positiva. Pero aquí estamos hablando de casos de no integración, de mundos aislados dentro de un país. Que una mujer no pueda caminar tranquila por ciertas calles de Bruselas si no lleva pañuelo no es preocupante, sino lo siguiente.

¿Es la población Siria fácil de integrar? Según con quiénes se los compare. De nuevo se ha entrado en la descalificación a cualquier argumento negativo, diciendo que hablar de que entre los refugiados tiene que haber posibles integristas es de una total xenofobia. Pero sí, claro que los habrá y por supuesto que no hay que pasarse de guays, dando palmaditas en el hombro.

Lo que no se puede hacer es denegar sistemáticamente el acceso a argentinos, peruanos, ecuatorianos, colombianos, que se integrarían en España en un abrir y cerrar de ojos y luego aceptar sin pestañear a todos los sirios simplemente porque salgan en televisión.

No tengo una postura definida en este conflicto, a pesar de las críticas. Me parece demasiado complicado. Lo que me indigna verdaderamente es la superficialidad rozando la infantilidad con que se juzgan todos los problemas. Porque este es el país donde se supone que, tras tantos años viviendo en él, debería estar integrado.

High-end devices

Cuando Adsense muestra los datos de ingresos por publicidad, los divide de acuerdo a tres categorías: Tablets, Móviles y Ordenadores.

tablets

Desde hace años se ha tratado de separar a los usuarios de móviles. Primero porque eran una rareza y usaban pantallas muy pequeñas, lo que causaba problemas. Pero pronto pasaron a ser la guinda del pastel publicitario. Usuarios de los que se podía saber prácticamente todo: edad, sexo, localización física en cada instante. Además, con cierto poder adquisitivo, demostrado al menos por el hecho de tener un teléfono carísimo.

Por eso, los clicks en publicidad se pagaban de forma diferente dependiendo del origen del usuario. Los que pinchan en la publicidad desde teléfonos móviles son considerados automáticamente clientes de mejor calidad que los que lo hacen desde el ordenador. La empresa anunciante tiene que pagar más por esos clicks.

Pero han pasado ya bastantes años. Los usuarios de móviles, o como menciona Adsense en su detalle ‘High-end mobile devices‘ (teléfonos móviles de calidad superior) se han ido convirtiendo poco a poco en usuarios Low-end o de calidad inferior.

Una tendencia inevitable es ver cómo los ordenadores ‘de toda la vida’: portátiles y sobremesas, acabarán volviéndose las auténticas high-end devices, aparatos que nos hablan de usuarios avanzados, con verdadero poder adquisitivo. Al fin y al cabo, serán usados por aquellos que tienen un puesto de trabajo en el sector servicios, mientras que los teléfonos móviles serán algo más democrático, y por lo tanto usados en su mayoría por clases medias y bajas.

La fantasía publicitaria, que sólo se puede aplicar en unas pocas ciudades enormes del mundo, es la de un usuario que busca algo en internet y, gracias a la geolocalización, recibe un anuncio de un servicio que está a pocos metros de distancia de donde él se encuentra. En ese caso, un anuncio adecuado se convierte en un cliente y el anunciante tiene que pagar por eso. La realidad es que ese tipo de búsquedas de última hora sólo suelen aplicarse a restaurantes. El resto son rarezas o servicios de emergencias – situaciones excepcionales.

El verdadero cliente buscará una peluquería, un taller o una tienda especializada desde el ordenador del trabajo, como se ha venido realizando toda la vida. El usuario de móvil – que puede ser a veces ese mismo que antes empleó el ordenador – buscará letras de canciones y memes.

No es una reflexión muy profunda pero creo que merece ser señalada. Con los teléfonos móviles estamos llegando a una situación inusual en que los clientes con más poder adquisitivo no serán los que usen el soporte más costoso.

Regalos

Cuando me fui de Madrid tuve que deshacerme de un montón de cosas que había ido acumulando durante más de diez años.

Recuerdo que llegué a la capital del Reino con una bolsa grande y que a cada mudanza aquello iba ganando en complejidad. Primero dos viajes en Metro. Luego un amigo me ayudó con su coche. Finalmente tuve que contratar a un desgraciado con una furgoneta.

La sensación de dar, sin tratarse de un regalo planeado o sin un falso trasfondo humanitario, es compleja. No me sentía especialmente bien por dar cosas de gran valor a cambio de nada, en plan buen samaritano. En cierto modo era una paz al saber que un objeto que valorabas ha encontrado un buen destino. Como los que buscan casa para perros abandonados.

Una experiencia en gran parte liberadora, pero no exenta de matices. Hay algo decididamente destructivo en regalar gran parte de tus pertenencias. Las semanas antes de marcharme de Madrid estuvieron llenas de sensaciones extrañas.

Me deshice de un coche con el que llevaba el suficiente poco tiempo como para no estar enamorado de él. La historia de ese coche está contada en ese artículo, bastante cuidado comparado con lo que últimamente publico.

También estuve regalando libros. Unos cuantos a una asociación cultural. Lo mejor de mi colección los regalé a través de la página http://nolotiro.org. Quedé con una chica joven y estuvo un rato en mi casa mientras hablábamos de los libros. Cada uno de ellos tenía una larga historia detrás. Las Vidas Paralelas completas. Vida de los Doce Césares. Ishmael. Trampa 22. Los Ensayos de Montaigne.

La chica era una glotona de la lectura, de esas personas que igual se leen un best seller que una novela clásica o literatura para adolescentes. Todo lo disfrutan igual – lo cual es envidiable. Nunca supe qué fue de ella, tras llevarse de golpe y porrazo casi toda mi selección de favoritos. Supongo que sería una experiencia al todo o nada. Prefiero no indagar al respecto.

Finalmente quedó el típico trasto que todos tenemos: un ordenador que funciona pero que fue reemplazado por un ordenador que funcionaba mucho mejor. Guardado durante dos o tres años, estaba más que desactualizado, aún cuando funcionara perfectamente.

A través de la misma página, contactaron conmigo decenas de personas, cada una te explicaba por qué necesitaba el ordenador. El caso más común era el de una casa donde había un ordenador compartido y alguien quería tener uno propio para poder mirar en su propia habitación…páginas de la Wikipedia.

De entre todas las peticiones sin embargo se destacó una de inmediato. Era la típica mujer mayor latinoamericana que emplea un español sobre educado no exento de gruesas faltas de ortografía. Mientras todo el mundo me respondía de inmediato a las dudas que le planteaba y estaban dispuestos a recoger el ordenador, esta señora me respondía al día siguiente e insistía en que no podría recogerlo, tendría que ser yo el que se lo llevara más o menos por donde ella vivía con su familia.

No intercambiamos muchos mensajes y quedé con ella para entregarle el ordenador. Algo dentro de mi me decía que puestos a regalarlo todo, en este caso al menos iba a acertar con la persona adecuada.

Tuve que conducir hasta Alcobendas, quedar en una rotonda, enfrente de donde graban casi todas las citas de Mujeres y Hombres y Viceversa. En apenas un par de minutos me empapé del drama humano que vivía esta familia, anterior a la crisis de deuda griega. Una pareja mayor, físicamente maltratada por los años, con un hijo de apenas diez años. El hombre había sufrido algún tipo de percance y su capacidad mental estaba mermada. Podía conducir por lugares conocidos pero simplemente era incapaz de aprender nuevas rutas, entrar en Madrid para él hubiera acabado en tragedia. Amén que tenían un coche de esos que ya han dejado de soñar con pasar la ITV, empezando a flirtear con convertirse en un clásico.

Una extraña pareja con un único teléfono móvil que compartían. El marido sin trabajo y sin esperanza alguna. La mujer, algo aquí y allí. Para colmo, su hijo estaba sordo y se notaba que por negligencia – por otro lado totalmente comprensible – de sus padres, no había tenido una educación adecuada.

No eran como algunos mendigos, que te empiezan a contar problemas en busca de conseguir dar pena. Era una gente que a poco que abría la boca, ampliaba un drama humano terrorífico. Aún hablando de temas alegres, los detalles de fondo eran sobrecogedores.

Como pude me despedí de ellos, contento de haber encontrado un destino inesperado para un ordenador que acumulaba telarañas. Sabiendo que eran, de largo, la gente que más lo necesitaba. Con la meridiana sensación de que había mucho más que era mejor ni oír.

Al deshacerme de ropa que apenas usaba, de libros que no leería, de muebles y hasta del coche, sentí cierta sensación de alivio. Pero al dar el ordenador a quienes de verdad lo necesitaban, sentí todo lo contrario. En lugar de quitarme un peso de encima, me eché uno más grande sobre mi conciencia.

Bauer Café

Una de las grandes desventajas del desarrollo de Internet es que hoy en día resulta casi imposible sorprenderse. La historia más extraña que oíste en tu juventud resulta inocente comparada con las tres o cuatro que habrás podido leer esta misma semana.

Hubo un tiempo en que un buen restaurante podía ser un relativo secreto. Si de repente un cocinero empezaba a hacer las cosas bien, hasta que no pasaran varios meses – incluso años – y fuera reconocido por los críticos, no aparecería en los libros y guías. En ese periodo de gracia uno podía tener la suerte de descubrir esa pequeña joya y hacer correr la voz de alarma entre los conocidos.

Ahora sin embargo todo es inmediato. En pocas semanas se consiguen un montón de referencias positivas y se actualizan los rankings de las páginas que comparan los mejores lugares. Por eso algo tan trivial como descubrir un buen sitio para comer puede ser sorprendente.

El sitio que os quiero recomendar no es otro que la Cafetería del Leroy Merlín de Málaga.

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Se trata de un local minúsculo, con apenas cuatro mesas, dos de ellas altas. La mitad del mostrador la ocupa bollería industrial y las bebidas las sirven en latas: señal de antro que no tiene mucho volumen de ventas.

Tienen las cuatro tapas típicas de emergencia y luego, de la nada, dos o tres tipos de bocadillos.

En lugar de seguir el sota, caballo y rey de la gastronomía de carretera, con sus bocadillos de jamón, jamón y queso, queso, tortilla, atún y chorizo, se desmarca por completo con dos o tres opciones únicas y que son carne al cien por cien.

Es el típico bocadillo que te pondrían en casa de tu abuela: carne cocinada de forma casera, con su propio jugo, dentro de un pan. Poco Ferrán Adriá pero mucha calidad.

Es comida rápida, pero de máxima calidad y a un precio ridículo, muy inferior a un menú de McDonald’s.

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¿Cómo puede un sitio así no ser más conocido? Está claro que no es un restaurante propiamente dicho. Luego el hecho de que para la mayoría de las mujeres, que evitarían la opción del bocadillo, no es más que un bar limitadísimo.

Además, está en la zona de los polígonos comerciales. La peregrinación de los sábados de cientos de familias les acaba llevando a un lugar familiar, donde se preocupen de lo que comen los niños. Ahí es donde Ikea arrasa, con su comedor a precios ridículos totalmente orientado a atraer al público infantil.

No obstante la masificación puede llevarte a probar sitios diferentes, como fue mi caso. Y así, sería cuestión de poco tiempo que la gente se fuera dando cuenta de su valor. Si no fuera porque lleva el nombre de la superficie comercial, Leroy Merlín.

Cualquier comentario sobre su cafetería irá asociado a dicha multinacional. Las pocas opiniones se mezclarán con cientos relativas a la tienda de bricolaje y construcción, hasta directamente desaparecer. No habrá un artículo sobre la cafetería de Leroy Merlín – que además será distinta en cada ciudad – sino sobre toda la tienda.

Un caso parecido es el del Café Central de Madrid.

Todo el mundo conoce a este local por el jazz: es el local más emblemático de este género musical de todo Madrid, con una prolongadísima historia de conciertos en vivo.

Cientos de miles de opiniones que se escriben sobre él, casi siempre se referirán a sus veladas nocturnas, con o sin música en vivo. Sin embargo, a medio día tiene un servicio de menú de día que es de los mejores de Madrid: dos o tres opciones de primeros y de segundos donde se pueden repetir guarniciones y salsas. Pero todo cocinado en el mismo día. Buenos postres, también caseros. Y precio de menú del día. Uno de mis sitios favoritos de Madrid que no sale en ninguna guía porque está en un local que es para otra cosa.

Extranjeros

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Cuando ayer veía la imagen de Pablo Iglesias en las Elecciones Regionales y Municipales de Madrid lo primero que se me vino a la cabeza no fue aquello que recomendé de que había que votar a Podemos – ya Ciudadanos es una alternativa perfectamente válida – o que se iba a producir un cambio histórico en la política en España.

Porque para mi es pensar en Elecciones Municipales y lo primero que se me viene a la cabeza es que son las elecciones en que los extranjeros residentes pueden votar. Y casi siempre pienso en Pablo Iglesias como un político en el destierro: mientras se pelea por el bacalao en Madrid, Iglesias tiene que hacer su trabajo…en Bruselas. Muchas veces pierde oportunidades importantes ¡Por estar trabajando! Algo infrecuente en los políticos nacionales, que no importa lo que estén haciendo, casi siempre pueden dejarlo si hay una noticia más importante.

Así, se me ocurría que si Iglesias aparece, como en la foto puede verse, con dos sobres, es porque va a votar en las Elecciones Municipales. Y si va a hacerlo, es porque no es un extranjero residente en Bélgica, donde tiene un cargo en el Parlamento Europeo.

En España estamos habituados al clásico caso del deportista español con residencia en Andorra para pagar menos impuestos. Este tipo de irregularidades son muy comunes y la gente se escandaliza durante el día que sale la noticia hablando de ellos. No eligen Andorra por su calidad de vida, sino por su sistema tributario. En este caso se aprovechan de alguna argucia legal – al fin y al cabo los deportistas se pasan casi todo el año viajando por todo el mundo. Pero estamos ante una clara irregularidad.

Que un político trabaje en un país europeo a tiempo completo y no tenga por obligación que tener la residencia en dicho país es, en mi opinión, otra irregularidad. Y digo opinión porque no trato de crear ninguna polémica – especialmente con el político español que mejor valoro – y tampoco voy a preocuparme en investigar la legislación sobre residencia a efectos fiscales y de derecho al voto.

Lo que si le pediría a la gente de Podemos es que controle muy bien los matices legales de cara a que Pablo Iglesias pueda presentarse a las Elecciones Generales, no sea que por algún oscuro aspecto legal relativo a la residencia pueda ser apartado de la cabeza de lista – Podemos sin Pablo Iglesias es como el Barcelona sin Messi.

Los ricos son más ricos, los pobres son más pobres

La del título es una frase que se repite en los medios de comunicación hasta la saciedad. Como es lógico y uno se siente más empobrecido, al tiempo que critica a los ricos, todo el mundo se queda contento.

Sin embargo el dato es prácticamente una falacia en el momento en que se entiende cómo ha sido calculado. Lo que suele hacerse es comparar un porcentaje o cantidad absoluta de personas de los grupos más pobres y más ricos respectivamente.

En un periodo de crisis, ambos grupos van a estar perdiendo riqueza: esto es de sentido común. Pensar que los ricos no pueden perder dinero es tener una mentalidad infantil, la misma que hace caer en la idea de que existen inversiones seguras – como las preferentes de Bankia – o que si alguien con mucho dinero nos sugiere cualquier inversión, esta nunca puede salir mal.

La estadística que justifica que los ricos sean más ricos y los pobres sean más pobres es un enorme fiasco pues falla en la esencia de cómo se realiza el cálculo.

La falacia del cálculo de los ricos son más ricos es no pensar que si un rico deja de serlo, o incluso un pobre, desaparece de la lista sobre la que se realiza el cálculo. En el caso extremo de ese penoso cuento, puede darse el caso de que un pobre que aparecía en la lista inicial de pobres ahora se haya movido a la lista de ricos. ‘Los ricos son más ricos’ ignora el hecho de que hay muchos ricos que han dejado de serlo con la crisis y por lo tanto, desaparecen del cálculo.

Sí que es cierto que aumenta la desigualdad, pero eso es otra cosa distinta.

Para colmo de males, en España tenemos a uno de los hombres más ricos del mundo – Amancio Ortega. Pero su fortuna es tan grande que mediatiza cualquier estadística (gana tanto como los 13 siguientes más ricos juntos). Si se eligen a los 100 más ricos de hoy y se los compara con los 100 más ricos de hace un año, el dato decisivo para saber si tienen más dinero ahora que hace un año es ver si Amancio Ortega ha ganado más dinero o no. Y ese dato, depende casi exclusivamente de la cotización en bolsa de Inditex, que ha sido siempre creciente.

Así, la frase “los pobres son más pobres y los ricos son más ricos” en realidad sólo significa “la cotización de Inditex sigue subiendo”.

Ahora imaginemos que por la crisis la gente hubiera dejado de comprar en Mercadona – cuyo mayor propietario es Juan Roig, tercera mayor fortuna de España. Hasta el punto de que no entra a comprar en dichos supermercados nadie. La cadena desaparecería y su dueño acabaría en la total ruina. Todos los clientes de Mercadona pasan a comprar en Supermercados Dia%. Y el mayor accionista de esta cadena, asciende, desde el anonimato, hasta ocupar el tercer puesto abandonado por Juan Roig. Si ahora se vuelve a mirar la lista, los ricos siguen siendo igual de ricos, o más. Pero estamos ignorando que ha entrado un no rico y en la lista y ha salido otro.

Thomas Piketty, autor del best seller económico Capital in the Twenty-First Century argumenta en su libro que los ricos consiguen enriquecerse más rápidamente que las clases más populares porque se consigue mayor retorno a la inversión a través del capital que mediante el trabajo.

Sin embargo, The Economist publica un interesante artículo en que contrarresta su teoría con las propias armas que suelen esgrimirse cuando se defiende que los ricos lo son más: la lista Forbes.

En el pasado, las mayores fortunas empresariales mundiales se agrupaban en familias emblemáticas como los Rothschild, los Rockefellers o los DuPont.

En la primera lista Forbes de las mayores fortunas, había 13 Rockefellers y 25 DuPonts. En 2014 ya sólo quedaba 1 Rockefeller. A través de herencias la riqueza se había distribuido entre más personas.

Otro caso significativo es el de la familia Vanderbilt, herederos del mítico empresario americano del siglo XIX que hizo su fortuna con los ferrocarriles y barcos Cornelius Vanderbilt. Apenas 100 años después de su muerte, en una reunión familiar a la que asistieron 120 descendientes ni uno sólo de ellos era siquiera millonario (!).

Historia de una reforma

Como contaba en una anterior historia, me compré un piso para hacerle una reforma integral.

Mientras esperaba a que se acabara de formalizar la compra, empecé a informarme por internet de todo lo relacionado con las reformas. Que es como informarse de la vida en la cárcel a través de las series de HBO. Cuanto más miraba, más cuenta me daba de que apenas si existía información de primera mano fiable.

De un lado están las reformas de revista: gente con mucho dinero que se compra un local antiguo y se gasta una cantidad obscena en reformarlo hasta dejarlo como un pequeño palacio. Y por otro se encuentra uno con cientos de tutoriales y vídeos para hacer arreglos de medio pelo en tu casa. Pero era poco lo que podía leer a medio camino, sobre reformas reales de personas con economía limitada.

Nunca he sido mañoso y no quería empezar a erradicarlo en una casa en que estaba todo por hacer. Necesitaba contratar a una empresa que me lo hiciera bueno, bonito y barato. En una conversación con amigos uno me dejó caer aquel clásico ‘yo conozco a uno que conoce a uno que se dedica a eso’. Cuánta historia de terror que empieza así. Pero al no tener muchas referencias en Internet, decidí hacerle caso, también por aquello de que si luego la cosa salía mal, y ni siquiera hubiera contactado con esa persona, tendría que oír muchos ‘tenías que haber hablado con mi amigo’.

Así que pasado un tiempo, cuando se formalizó la compra, hice la fatídica llamada al amigo de mi amigo. Fue una larga conversación y más o menos me estuvo orientando sobre qué tendría que hacer. Quedamos para ver el piso juntos.

Una vez allí estuvimos considerando las opciones posibles. Qué paredes se podían tirar y cuáles levantar. Posibles problemas y soluciones. Me llamó la atención que, una vez metidos en gastos, tirar paredes era una de las cosas menos caras de hacer. Alejado de las reformas de ciencia ficción – donde la gente instala la cocina donde estaba el salón, el salón donde estaba el baño, el baño donde el dormitorio, el dormitorio donde la terraza – los cambios eran mínimos, condicionados a la situación inicial, pero orientados a tener algo razonable.

Una idea que me dio este chico y que resultó muy buena fue la de crear un proyecto de obra. Un neófito como yo hubiera contactado con distintas empresas de construcción y habría contado ‘aquí quiero echar abajo este tabique y levantarlo más allá’, cerrar la ventana y poner vidrios dobles. En su lugar él me preparó un proyecto profesional en que se detallaba que, por ejemplo, había que realizar una demolición de tabique L.H.D con medios manuales, sobre una superficie de 2,60 metros cuadrados. En lugar de palabrería sujeta a interpretación, chanchullos y estafas posteriores, se especificaba cada tarea con el nombre que los constructores entienden y con medidas concretas no sujetas a engaño posterior.

Lo que en principio podía haberse expresado como una reforma que era unir la cocina con el lavadero, mover un tabique, ampliar el baño si es posible y cambiar puertas y ventanas, se convirtió en un proyecto realizado con Presto – el software más o menos estándar, con mediciones concretas y descripciones al detalle.

Supongo que sólo con eso me ahorré un millón de quebraderos de cabeza posteriores. Y le estaré eternamente agradecido a este amigo de mi amigo. La siguiente fase no era menos compleja: había que encontrar a un constructor que quisiera hacer el proyecto a un precio razonable. Este amigo me hizo una estimación de lo que costaría aquello. Que era un 20% más de lo que me había imaginado al comprar el piso. Tras unos recortes un tanto chuscos, llegamos a la idea de lo que sería la construcción.

En la descripción inicial se habían marcado directrices muy básicas: los sanitarios más básicos y estándares posibles. Enchufes, tomas de luz e interruptores contados. Faltaban cosas que se añadirían al presupuesto posterior, como la mampara de la ducha. En los azulejos se había asignado un presupuesto muy justo que luego seguramente habría que extender. Lo bueno es que todas las compañías tendrían que ajustarse a lo expuesto en el proyecto. Porque el siguiente paso era mostrar el proyecto a varios constructores y que ofrecieran presupuestos.

Así, considero que el paso de conseguir un proyecto fue uno de los grandes aciertos de la reforma. Para mi fue gratis pero creo que es un gasto inicial que permite ahorrar mucho dinero posteriormente.

A la hora de elegir constructores, traté de buscar por mi cuenta, mientras ese amigo buscaba los que él conocía. Siempre he sido un fanático de las opiniones de internet, a las que valoro más que los siempre limitados consejos de amigos. A pesar de la ayuda prestaba, no estaba exento de suspicacias a la hora de asignar el trabajo a alguien del que sólo tendría una referencia positiva. Así, se establecieron dos vías: mis investigaciones por Internet de un lado, que llevaron a una empresa como firme favorita, y del otro las sugerencias de mi amigo, que quedarían reducidas a un constructor del que tenía muy buenas experiencias.

En la mitad del camino quedó mucha gente que fue en parte usada como herramienta de presión para obtener un razonable precio orientativo con el que negociar con las empresas más fiables. Las malas empresas abundan. En un mundo de clientes cicateros, se lucha a brazo partido por colar un gol al otro. Si instalar un lavabo tiene un precio de venta de 75 euros, está el cliente rácano que insiste en que a él le cobren nada más que 70. Y el constructor trapero que dice que sí, que él lo hace por 70, pero que luego, una vez iniciada la obra, indica que ha habido un imprevisto al picar en la pared y hay que usar más cemento de lo que se pensaba inicialmente. Y acaba consiguiendo instalarlo por 80 euros. Esta guerra sin cuartel tiene también sus terroristas, constructores que una vez consiguen el proyecto se aprovechan de la situación para hacer lo que les da la gana y cobrar del mismo modo, aprovechando la situación de casi indefensión del cliente. Si el constructor te dice que hay que cambiar las tuberías, porque las antiguas están inservibles, tienes la opción de buscar una segunda opinión – de nuevo en alguien que no conoces. Pero cuando tienes que cuestionar decenas de decisiones cada día, llega un momento en que no queda otra que confiar en los obreros y las subidas de precio que quieran.

Como decía, al final se llegó a dos empresas que se acercaron al piso para dar una estimación de primera mano. La primera era el Apple de las reformas: una página web exquisita, actualizaciones reales e interesantes en redes sociales, fotos de proyectos, consejos. Valoraciones altísimas en las páginas de reformas: clientes contentos por todas partes. La típica empresa que tiene una imagen tan buena que acaba pareciendo que se irá de presupuesto. La segunda era una empresa chusca de toda la vida con un constructor educado pero parco en palabras.

En la visita de la primera empresa vinieron el dueño de la empresa y la secretaria/oficinista – que haya una chica guapa de por medio nunca perjudicará mi decisión de compra. Tenían un Ipad donde podían verse fotos de otros proyectos. Según nos movíamos por las habitaciones iban resaltando posibles ideas y explicaban lo que se podría hacer para solucionar las dificultades técnicas, a la vez que sugiriendo aspectos estéticos que no se habían mencionado inicialmente. Fue una visita que dejó una impresión a la altura de lo que había visto por internet.

La otra visita fue más hermética, el constructor apenas realizó algunas puntualizaciones. Le pregunté por su forma de trabajar. Usé de referencia la entrevista anterior en que la otra empresa había explicado mucho sobre su metodología. Hubo una pregunta que resultaría decisiva. La empresa de internet me había comentado que ellos jamás comenzaban a trabajar antes de las 09:00, para no molestar demasiado con los ruidos, especulando con el horario de entrada en colegios. Me comentaron que en una ocasión tuvieron que hacer una reforma junto al piso de un estudiante de música y llegaron un acuerdo para no hacer las tareas más ruidosas en el horario en que él se ponía a tocar. Al preguntar al otro, me dijo que él estaba allí a las 08:00 y que se ponía a trabajar sin preocuparse de nada más.

Por cuestión de precio, se llegó a un casi empate. La empresa pija costaba apenas 500 euros más que la otra, una cantidad insignificante comparada con el coste de la obra. Había mucho que poner en la balanza: el constructor tradicional venía refrendado de primera mano por mi amigo, diciendo que era alguien muy profesional y honrado. La otra empresa, por todo internet y una impresión personal estupenda. Preguntando a unos y otros, cada uno te sugería algo distinto. Me pasé un fin de semana entero tratando de decidir que hacer.

El lunes por la mañana tome el teléfono. Con gran dolor de mi corazón, acabé llamando a la empresa del Ipad, de la chica guapa y las referencias por internet, para decirles que lo haría con la otra empresa.

Estaba tan indeciso que podía decirse que ambas opciones me parecían buenas. El criterio que usé para decidir fue descartar a la empresa que parecía que lo haría todo más fácil. La segunda llamada fue para decirles que quería trabajar con ellos. La tercera llamada, de la empresa bien valorada contra ofertando el hacerlo todo por 1.000 euros menos del precio inicial. Está bien usar otras empresas para negociar antes de elegir. Pero aunque iré directo al infierno, me gusta pensar que tengo palabra y me quedé con la decisión inicial.

Si bien la primera empresa podía parecer el Steve Jobs de la reformas, con una presentación irresistible de un gran producto – no dudo que es una empresa más que recomendable – el otro constructor, una vez consiguió el trabajo, empezó a mostrar más de su personalidad, revelándose como el Wozniak o el Fischer de la albañilería. La otra empresa gestionaba muy bien los proyectos, la que elegí tenía a una especie de genio que todo lo tenía dentro de su cabeza. Y esto, lejos de lo que pudiera parecer, era algo excelente. El constructor se dedicó a todas las obras iniciales (básicamente tirar abajo todo lo que sobraba y empezar a levantar lo nuevo). A mi me preocupaba que al principio se avanzaba muy lentamente, pero luego vería que en realidad se estaba abonando el terreno para un desarrollo directo.

El constructor sugirió muchos cambios a la propuesta inicial, pero casi todos eran irrechazables, razonables y no especialmente caros. Su obsesión por marcar líneas más rectas – el piso estaba lleno de repugnantes líneas oblicuas y paredes redondeadas – sería un éxito estético posterior. En muchos casos renunciando a centímetros cuadrados pero en pos de una definición más razonable. Fue en sus propuestas en lo que más notaba que no estaba tratando de engañarme, pues eran casi siempre ideas muy racionalizadoras.

Acostumbrado a vivir de alquiler, donde no puedes ni elegir los agujeros que haces en la pared, el hecho de tener que definir una casa completa, partiendo de la forma de las habitaciones, tenía un punto irresistible pero al mismo tiempo desasosegante. Cada día había que decidir en minutos un par de puntos importantes de la construcción. ¿Modelo de lavabo? ¿Posición de enchufes en la cocina? ¿Color de azulejos del suelo? ¿El rodapié normal o doble grueso? ¿Color de la pared de esta habitación? ¿Dónde quieres la rejilla del extractor de humos? El miedo a que el constructor fuera un autista que apenas comunicara se desvaneció al poco tiempo, con continuas consultas sobre todo tipo de decisiones, a veces demasiado triviales pero que evitaban hacer algo sin consultar.

Desde luego la reforma fue angustiosa: retrasos, problemas con los vecinos, subidas de presupuesto que dejaron mi cuenta al límite, visitas para ver que en ese día nada había cambiado. Pero en general todo dentro de lo tolerable. Uno de los puntos que marcaría la reforma sería la esquina de la cocina donde iba la lavadora. Durante semanas, siempre que iba allí, me encontraba al constructor trabajando en ese espacio. Siempre me explicaba algo distinto: el pilar estaba torcido, pero había conseguido alinearlo un poco, incluso picando parte del hormigón. El techo estaba a dos niveles pero lo había logrado casi nivelar. El escalón del suelo había conseguido quedar invisible. No podía entender cómo podía dedicar tanto tiempo a tan pequeños detalles. Me explicaría que si se retrasaba con los plazos era porque le gustaba dejar las cosas bien hechas, aún a riesgo de recortar su margen de beneficios.

Según me decía, faltaban apenas dos semanas pero yo lo veía todo por hacer. El constructor tenía ese aire victorioso tras completar un proyecto pero no había ni cocina, ni puertas, ni ventanas, ni suelo y el cuarto de baño estaba totalmente vacío. La base, que era dejar bien trabajadas las superficies, era lo importante. El mismo día que entregaban el piso pude ver cómo se hacía todo lo que parecía mucho trabajo en apenas unas horas. Mientras bregaba con la instalación de Internet de Jazztel, había dos pintores pintando el salón, un tipo cortando los marcos de las puertas y otro colocando la tarima como si no hubiera mañana. El constructor terminaba de instalar el lavabo mientras en un visto y no visto, se colocaban los cristales de todas las ventanas. Parecía como en un programa de esos de reforma sorpresa pero en plan real: lo que horas antes era un piso a medio hacer se convertía en una casa. Cuando volví por la tarde me encontré la casa que había estado planeando durante meses.

La gran virtud del constructor fue rodearse de gente con la que lleva trabajando años. Él sabía de su propio buen hacer, pero al mismo tiempo confiaba plenamente en el electricista, en los yesistas, en los pintores, en los montadores de puertas y los de ventanas. Así podía trabajar con total seguridad de la satisfacción del cliente. Cuando me entregó el piso lo hacía con la seguridad de que todo funcionaría bien.

La aventura de comprar un piso terminó con final feliz – por ahora. Tras volcar tanta energía en un proyecto, cuando eliminas todas esas tareas y preocupaciones de tu vida te entra una especie de vacío que de forma natural se suele cubrir teniendo un hijo. Ojalá no sea ese mi caso.

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