Gente que me odia

A lo largo de los años he escrito bastantes artículos, algunos de ellos críticos y otros no tanto. El caso es que según las casualidades del posicionamiento en Google, los que llegan a esos artículos antiguos lo hacen a veces para búsquedas específicas. Y cuando encuentran mi texto, se llevan una enorme decepción, pues es lo contrario de lo que querían leer.

Esto me ha llevado a que con el tiempo algunos artículos se han quedado exclusivamente destinados a recibir críticas, quejas e insultos. De las cuales, borro las que sean burdas. Los lectores quedáis ajenos a ese pequeño bombardeo de ataques a mis textos.

Es curioso, porque las quejas suelen ser sobre temas en los que no he tomado posturas muy agresivas, normalmente porque no estoy en contra especialmente. Hay una parte de errores de expresión, una parte de dificultades de lectura comprensiva y una tercera de colectivos que van “con la escopeta cargada”.

Los artículos que recuerde con comentarios unánimes en contra de lo que he escrito son:

  • Los vegetarianos. Y es curioso porque soy una de esas personas que prefieren la mortadela al jamón y la tortilla al filete. Pero algunos entendieron el texto como un ataque contra una forma de vida tan pura y de ideales tan nobles como es la de ser vegetariano. Las mejores críticas son las de los que todavía no son vegetarianos, pero están pensando en convertirse.
  • Los que viven en Sanchinarro. Mi crítica a ese modelo de construcción tan incoherente, me ha descubierto numerosos traumas infantiles, además de mi elevado sentido de la envidia.
  • Los homosexuales. Por el simple hecho de tratar de contabilizar el número de personas que son gays, o incluso por defender que la postura de que los que no aceptan que los gays adopten niños implícitamente están justificando que creen que son “algo inferior”. (usar cinco “que” en una frase, eso sí que es digno de críticas).
  • Los gitanos. Y más en concreto, las niñas payas que se han casado con un gitano y han visto que era una persona normal – a veces.
  • Los ecologistas. Por reproducir un artículo de pensamiento crítico sobre los riesgos de la energía eólica.
  • Los estudiantes de chino. Porque alerté por lo que en mi opinión es un enorme malgasto de energías: intentar aprender chino.

Si de verdad estas fueran mis obsesiones, sería aún más raro de lo que soy. Con el tiempo creo que el tono crítico se ha ido suavizando, supongo que por darme cuenta que criticar es destruir y mucho más fácil que intentar ser positivo – en lo que se puede ser. Por eso está pasando esta crisis de puntillas, sin que mencione casi nada sobre ella.

No sé cómo pude olvidar a los que me critican tal vez con menos motivo de todos: los amantes de la música clásica.

Ajedrez. La mejor jugada

Un interesante estudio estadístico sobre las partidas de ajedrez, tomando los datos de una base de datos aceptable (4.200.000 partidas) que no son exclusivamente de Grandes Maestros, permite obtener unos datos representativos de la partida de ajedrez:

La media de jugadas de una partida es de 57,63 medias jugadas (una de blancas o de negras). Lo que en jugadas normales se traslada a 28,8 jugadas. Es menos de lo que esperaba (me imaginaba 35 aproximadamente).

Las blancas ganan mayor porcentaje de partidas en septiembre, mientras que las negras alcanzan su máximo de victorias en abril (!).

La apertura más veces jugada, según los códigos Informator, es la B22 (Variante Alapin de la defensa Siciliana).

La fuente muestra una interesante lista con las aperturas en que hay más victorias de blancas y de negras. Esto tiene una posible explicación: hay aperturas “de blancas” (como la variante del cambio de la apertura española, el ataque Keres, o el gambito de rey) en las que el jugador de blancas suele estudiar sus variantes favoritas mientras que el de negras suele improvisar o tener una sola forma de respuesta. Igualmente hay aperturas de negras (son las más, como el gambito Budapest, la variante Svesnikov o el ataque Marshall). Cuando un rival conoce mejor su apertura y sorprende a su rival, suele obtener buenos resultados.

También hay aperturas que son sencillamente malas para uno de los dos bandos (C00, variantes irregulares de la defensa francesa (el irregular es el juego del blanco)) y tienen que ofrecer malos resultados.

El punto más interesante de toda la estadística es, en mi opinión, obtener la mejor jugada posible. ¿Cuál es la jugada que, caso de hacerla un bando, gana mayor porcentaje de partidas?

Al final por lógica, se aúnan tanto la potencia de convertir un peón en reina (al llegar a la última fila) con el hecho de que esa llegada puede hacerse mediante una captura (¡Dos pájaros de un tiro!) . Y puestos a elegir sitio, el mejor de todos es capturar con el peón blanco de f7 una pieza en g8.

Así, la jugada que más probablemente lleva a la victoria de todas es f7xg8 =D!! Con ella las blancas tienen una probabilidad de ganar mucho más elevada que las negras (de 6.4 a 1).

Como curiosidad (y por aportar algo), una partida en la que las blancas hicieron la mejor jugada posible y aún asín, perdieron: Minasian-Tiviakov, Frunze 1989.

1. e4 c5 2. Cf3 d6 3. c3 Cf6 4. h3 Cc6 5. Ad3 d5 6. e5 Cd7 7. e6 fxe6 8. Cg5 Cf6 9. Axh7 Cxh7 10. Dh5+ Rd7 11. Cxh7 De8 12. Cf6+ exf6 13. Dxh8 b6 14. O-O Aa6 15. Te1 Dg6 16. d4 cxd4 17. Dh4 e5 18. Cd2 Ad6 19. Cf3 Ad3 20. cxd4 e4 21.Ch2 Cxd4 22. Af4 Cf5 23. Dg4 Dxg4 24. hxg4 Axf4 25. gxf5 Ae5 26. Tad1 Axb2 27.Te3 Rd6 28. Tg3 a5 29. Txg7 a4 30. Cg4 a3 31. f3 Ac4 32. fxe4 Axa2 33. e5+ fxe5 34. Tg6+ Rc5 35. f6 Ac4 36. f7 Tf8 37. Ch6 d4 38. Tg8 Txg8 39. fxg8=D Axg8 40.Cxg8 a2 41. Cf6 d3 42. Rf2 Rc4 43. Ce4 a1=D 44. Txa1 Axa1 45. g4 Ad4+ 46. Re1 Ac5 47. g5 Af8 48. g6 b5 49. Cd6+ Rc3 50. Rd1 b4 51. Ce4+ Rd4 52. Cg5 b3 53.Rc1 e4 0-1

Simétricamente, la mejor jugada para las negras es también una coronación. En este caso de un peón en a2 capturando en b1 una pieza y a la vez coronando. a2xb1=D!!.

New York, Londres, Tokio, Sevilla

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En este artículo aprenderás el origen de estos relojes con las horas simultáneas de varios países.

Relojes con horas simultáneas

Cuando veo esos relojes con los horarios simultáneos de varios países tengo una sensación de placer y asco simultáneo. Lo que oficialmente se conoce como morbo. De un lado son estéticamente atractivos, que duda cabe. Pero normalmente esconden un mensaje pueblerino. Se muestran horarios de ciudades importantes, distribuidas por todo el mundo. Y luego la hora local, como codeándose en esa élite mundial.

En el título he escrito New York (que nunca falta pues es la sede de la “Bolsa Mundial”), Tokio porque está en el quinto pino y nadie sabe la diferencia horaria con ellos, además de ser importantes. Londres está bien porque es Europa pero al mismo tiempo no tiene la misma hora que el resto. Y finalmente una ciudad que no alcanza la talla de las otras. He puesto Sevilla pero bien podría haber sido Malta, Móstoles o Uzbekistán: no deja de estar a otro nivel.

En un tiempo estos relojes fueron símbolos de modernidad, tiempo real, internacionalidad. Ahora donde más se los ve es en los locutorios, la parte pobre de la globalización.

Los tiempos de los romanos

Hay que irse muy atrás en el tiempo para entender el origen de esos relojes con horas de varios lugares. Exactamente hay que trasladarse a antes de que existieran los relojes.

En la antigüedad no existían los relojes. No porque no pudieran o supieran construirlos, sino porque eran del todo innecesarios. El sol servía como referencia perfecta para saber la hora que era en cada momento.

Para los romanos, Prima hora era aproximadamente a las siete de la mañana. Coincidiendo con la salida del sol. Luego las horas se podían computar a ojo. Sexta hora coincidía con el medio día: cuando el sol está en el cenit y no se produce sombra. Duodecima hora era el momento de la puesta de sol.

El método no era el más eficiente posible, pero hay que entender que la precisión no era verdaderamente necesaria. Uno tenía que estar en el trabajo cuando hubiera luz y marcharse cuando se fuera. El carnicero sabía que no vendería nada más después de la hora de la comida. Si trabajabas, era de sol a sol. No había turnos.

Durante siglos el reloj resultó totalmente prescindible, era más una curiosidad que una herramienta de progreso. Por supuesto existían quienes no podían vivir sin él y aquellos que matarían por una décima de precisión. Pero era una parte insignificante de la población. Entre ellos estaban los científicos pero sobre todo los marineros. Con un buen reloj se podían navegar de forma bastante precisa. O al menos tener una idea de por dónde navegaba el barco en un momento dado.

El reloj empezaría a resultar útil con la Revolución Industrial: las personas trabajaban en turnos, los procesos se cuantificaban. Se producía en masa y para distinguir lo bueno de lo mejor, era necesario contar lo que se tardaba en hacer cada tarea. En una fábrica del siglo XIX, un reloj era muy útil.

Sin embargo algo seguía siendo igual que en la época de los romanos: el tiempo válido lo daba el sol. Es decir, eran las doce del medio día cuando el sol estaba en en cenit y las siete cuando salía el sol, no importa si estábamos en los rigores de febrero o en pleno verano. Siempre eran las doce de la mañana cuando el sol llegaba a la mitad de su recorrido.

Esto nos puede chocar hoy en día en que a muchas personas les sorprende que sean las ocho de la mañana y no haya luz (durante los meses de invierno) y se maravillen de que sean las nueve y media de la noche y todavía haiga luz. Este sistema anticuado de marcar la hora es el más natural que existe.

Ahora bien, para la fabricación de un reloj, la precisión que ahora controlamos de forma obsesiva carecía de sentido. Si un reloj era capaz de medir con precisión de milésimas de segundo no servía de nada porque había que cambiarle la hora de acuerdo a la hora oficial que era la de las doce del medio día. Esta hora se marcaba en un reloj singular, normalmente una torre en el centro de la ciudad o pueblo. La hora oficial y válida era la que marcara ese reloj y se solía actualizar con frecuencia, pues todos sabemos que no siempre el sol llega al cenit justo a las doce de la mañana.

El ferrocarril y el telégrafo

El cambio rotundo en la concepción del tiempo surgiría a mediados del siglo XIX, cuando por primera vez las personas y la información podían trasladarse a velocidades razonables.

Un viajero podía abandonar Madrid en su carro y llegar a Zaragoza en un par de días. Y al igual que hacía en su ciudad de origen, cuando encontrase un reloj oficial ajustaría su reloj. No suponía ningún trauma. Ahora bien, hay que entender una cosa muy importante: la hora de Zaragoza y la de Madrid no eran la misma. Pero es más, es que la hora de Madrid y la de Alcalá de Henares tampoco eran la misma.

No importa lo cerca que estuvieran dos ciudades, no siempre compartirían la misma hora. Esto es debido a la distancia solar entre regiones, que aunque puede ser de segundos, no deja de existir. Pero por encima de ello está la intervención humana. En ciudades importantes existían astrónomos (por llamarlos de alguna forma) que se dedicaban a ajustar los relojes siguiendo el criterio que su vista les sugería. No había una forma exacta de determinar la hora en que el sol está en el cenit. Y en aquella época y con aquellos medios, aún menos. Por eso el astrónomo de Móstoles podía juzgar que era mediodía a las 12:05 y el de Madrid pensar que se llegaba a ese momento a las 12:13. Asín estaba el patio.

La aparición del ferrocarril y el telégrafo revolucionarían estos conceptos. El telégrafo era instantáneo y permitía enviar información entre dos lugares. El ferrocarril era rápido y en poco tiempo podía llevar a muchas personas de un lugar a otro. Estas tecnologías mejoraban a marchas forzadas, por lo que los problemas que al principio resultaban curiosidades se acaban transformando en auténticas paradojas y pesadillas que impedían el buen funcionamiento.

Está claro que si había un cable entre Madrid y Barcelona, era posible enviar un mensaje instantáneo entre ambas ciudades. Pero su diferencia horaria bien podía ser de media hora solar. Al enviar mensajes se suele indicar la hora de envío y recepción, como forma de control. Para un operario de telégrafo era necesario, si no imprescindible, no sólo conocer la hora de su ciudad, sino la de los lugares donde se podían recibir o enviar mensajes. De ahí que poco a poco estos relojes plurales empezaran a ser necesarios.

Móstoles, Coslada, Madrid

Uno ve los relojes cosmopolitas y se debe sentir decepcionado al conocer que los primeros relojes simultáneos tenían horarios tremendamente locales. Y lo importante no era la hora, como ahora, sino la aguja del minutero.

Pero claro está que en España estos relojes no tenían cabida. Aquí se guiaría uno por el sistema de tablas escritas en papel. En Móstoles son cinco minutos más que en Madrid y tres menos que en Coslada.

Donde realmente se daban situaciones dramáticas era en lugares cosmopolitas y tecnificados. Ya iba siendo hora de que abandonáramos Móstoles y saltásemos a Nueva York.

Boston, New York, Philadelphia

Hay que imaginar la situación que se podía vivir en una ciudad como Nueva York, cuyas comunicaciones con ciudades bastante alejadas era fundamental. Los trenes viajaban a numerosas ciudades de los alrededores. Los mensajes que llegaban de Europa volaban a puntos a lo largo y ancho del continente.

Pronto se llegó al punto en que resultaba imprescindible conocer con bastante exactitud la hora de las distintas ciudades. Y como esa hora se actualizaba de continuo, dependiendo de un astrónomo local, se debían obtener registros válidos casi diarios. Como esa información era valiosa pronto se empezó a vender por dinero. Y sería Western Union la que sacaría tajada con el negocio, obteniendo el curioso monopolio del tiempo.

Ellos tenían una amplia red de distribución de telegramas y gracias a ella podían enviar mensajes a las ciudades más importantes del país, obteniendo horarios actualizados y vendiendo esta información a quien la necesitara. Obtuvieron un acuerdo con el Ejército, que era quien disponía de los observatorios. Western Union les repartiría las horas locales de forma gratuita, siempre y cuando les dejaran vender esa información a otros. Quien viviera en Chicago podía saber que cuando eran las 12:00 en su ciudad, también eran las 12:19 en Columbus, 12:13 en Atlanta, 11:50 en Saint Louis y las 11:27 en Houston. Con el boom económico de la época esta información podía resultar relevante para muchos negocios.

Donde los horarios resultaban caóticos era en la confluencia de los tiempos de diversas regiones: las estaciones de tren. Sin un tren sale de Boston a las 12:00, otro de Chicago a las 14:00 y otro de Philadelphia a las 13:30, ¿Qué tendrían que hacer los viajeros con sus relojes al llegar a la ciudad de destino?

Cada cual tendría que cambiar la hora, pero al mismo tiempo tener en cuenta que, si el suyo era un tren de tránsito, el horario del nuevo tren estaría basado no en la hora de su ciudad de origen, sino en la nueva. Y para colmo de males, ante la dificultad de los horarios, las compañías de ferrocarril dieron otra vuelta de tuerca. En su afán por coordinar su operativa y rutas, las principales líneas de tren tenían su propia hora.

Un viajero que saliera de Portland, en Maine, y llegara a Buffalo en el estado de Nueva York, podía encontrarse con cuatro diferentes tipos de “hora”: El reloj de la compañía New York Central Railroad marcaría las 12:00 (hora oficial de Nueva York). El de las compañías Lake Shore y Southern Michigan, en la misma habitación, tendría las 11:25 (hora oficial de Columbus), el reloj de la ciudad de Buffalo marcaría las 11:40 y su propio reloj tendría las 12:15 (hora de Portland). En la estación de Pittsburg, en Pennsilvania, había seis estándares horarios diferentes para las salidas y llegadas de los trenes.

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Podéis entender que para un viajero de 1860, falto de costumbre en usar transportes públicos, esta locura de horarios podía resultar misión imposible. Sí, sólo había que restar o sumar unos minutos, pero tenías que hacerlo varias veces al día. Y si tenías que cambiar de tren para llegar a tu destino, las dificultades aumentaban. La tabla de más arriba es una lectura realmente densa, sólo para saber a la hora a la que se llegaría a un lugar.

Sería en estas estaciones de ferrocarril donde nacerían estos relojes tan innecesarios hoy en día. En ellos se mostraban la hora local, la de las principales ciudades de destino y la hora oficial de las compañías que operaban en dicha estación, que en ciudades como Chicago eran hasta doce.

La unificación de horarios

En 1863 Charles F. Dowd sería el primero que propondría el sistema de cuatro zonas horarias unificadas que acabaría imponiéndose en Estados Unidos. Charles F. Dowd no era más que un profesor, pero la idea acabaría llegando a los oídos adecuados, porque tenía mucha lógica económica. Si ahora se entiende que la unificación monetaria de la Unión Europea ha sido un avance, ¿Qué pensar de una unificación temporal? La incertidumbre entre horarios hacía perder muchos minutos de trabajo a muchas personas. Una enorme pérdida de dinero. Y de tiempo.

Para los ciudadanos de a pie sin embargo la idea era un disparate. Una persona no podía entender que fuera necesario que todas la ciudades del Estado tuvieran horarios idénticos. No le encontraban ninguna lógica y el hecho de que a los empresarios sí les resultara conveniente no hacía sino levantar mayores suspicacias.

Sería sin embargo William F. Allen, el presidente de una asociación de managers de líneas de ferrocarril el que pondría el proceso en marcha en 1881. Se tuvieron en cuenta algunas de las ideas de Dowd, pero las divisiones se realizaron atendiendo a la lógica y los intereses de las empresas de ferrocarril.

Fue realmente complicado poner de acuerdo a los presidentes de compañías ferroviarias, que normalmente se odiaban a muerte y hasta se sentían impulsados a agredir físicamente a sus competidores. Pero todos comprendieron la conveniencia de la medida y poco a poco se llegó al consenso de unificar horarios.

En este caso estamos ante una unificación sorprendente, si la comparamos con medidas similares (el cambio de calendario al gregoriano, las modificaciones en el sentido de la circulación (derecha-izquierda)) pues no estuvieron implicados en ningún momento los gobiernos. Fue una acción puramente privada y empresarial llevada de espaldas a lo que hicieran las propias ciudades.

Obviamente las líneas de ferrocarril no podían provocar un cambio en el resto de poblaciones pero sabían y esperaban que con su gesto se motivaría a las ciudades a que les acompañaran. Si algunas de las principales se atrevían a seguir su unificación, podría llegarse a un efecto dominó que lograse algo tan excepcional como que todas las ciudades del país tuvieran los mismos minutos (y todas las próximas entre sí, la misma hora).

Un escollo importante para conseguir este desafío era Western Union que, con su monopolio del tiempo, estaba a punto de perder un negocio muy suculento. Pero en cuanto los magnates de los ferrocarriles se pusieron de acuerdo entre sí, no había poder lo suficientemente fuerte que se les opusiera y Western Union entendió que una retirada a tiempo era la única opción posible. Charles Pugh, vicepresidente de la Pennsylvania Railroad, se encargó personalmente de tranquilizar los ánimos de los directivos de Western Union.

Sin oposición por ninguna parte, los ferrocarriles cruzaban los dedos para que las ciudades se les unieran en el proyecto. Todas tenían un actitud vacilante, pensando en ver qué harían los demás. El colectivo ferroviario convenció por separado a los responsables de las principales ciudades de que firmaran un acuerdo no vinculante, y que ellos se encargarían de dar publicidad al proyecto y explicar en la prensa en qué consistía.

El día de los dos mediodías

Al final el proyecto fue un éxito para muchos inesperado. El día elegido fue el domingo 18 de noviembre de 1883, y sería recordado como “el día de los dos mediodías”. El reloj de Nueva York marcó las doce de la mañana para luego, apenas cuatro minutos después, volver a marcarlo mediante la entonces habitual bajada de carrillón. La gente se agolpaba en las plazas principales con las torres del reloj para presenciar este acontecimiento histórico. El primer día, 70 de las 100 principales ciudades del país adoptaron el nuevo horario, que sería asimilado de forma masiva. Un año después más del 85% de las ciudades de más de 10.000 habitantes se regían bajo el mismo sistema horario, que hoy conocemos.

El miedo de las personas a un cambio tan importante era razonable. Si nos alejamos de Nueva York y nos adentramos hacia el oeste, la diferencia horaria era más significativa. En Chicago los trabajadores tendrían que trabajar nueve minutos más. Cuando se enteraron de la idea, amenazaron con la huelga. Ya en la zona fronteriza entre dos husos horarios, mucha gente no era capaz de comprender que los vecinos del pueblo de al lado pudieran levantarse una hora más tarde para ir a trabajar. Hoy nos parece la cosa más natural del mundo, entonces muchas personas estaban preocupadas y durante semanas vivieron con enorme incertidumbre el cambio.

Lo que ocurriera en Estados Unidos acabó imponiéndose en otros países. Inglaterra tenía un horario unificado hacia 1850, también motivado por la presión ferroviaria, pero de forma dirigida por el gobierno. Pasado algún tiempo se llegaría al sistema actual, en que en todas partes del mundo, salvo contadas excepciones (Venezuela…), los minutos coinciden.

No sé por qué perduró la costumbre de los numerosos relojes. Carece de sentido hoy en día, pues si no estás seguro de la diferencia horaria entre dos países, un reloj no aporta suficiente información. Si te digo que son las cuatro en Tokio no puedes estar seguro de si lo son de la mañana o de la tarde. Y si lo sospechas, no necesitas de un reloj para eso.

Resulta curioso, una ironía del destino, que en las oficinas de envío de dinero, como las de Western Union, sean donde se sigan viendo estos relojes por regiones.

Fuentes: Hace años que conocía parte de esta historia pero he tardado en tener documentación de referencia. Las fuentes principales son:

Made in America, de Bill Bryson (libro). Bryson es uno de los pocos escritores extraordinarios de los que acabaré leyéndolo todo.
Economics of Time Zones (PDF) un interesante y detallado estudio sobre el caso de cambio de hora en Estados Unidos. De él provienen las citas y la inquietante tabla de diferencias de horarios.

The Fascinating King’s Gambit

Descreído de “la inteligencia colectiva” o “la revolución de los amateurs” no puedo despreciar sin embargo alguna de las obras extraordinarias creadas por aficionados. Este es el caso del sorprendente libro The Fascinating King’s Gambit.

El libro fue escrito por el sueco Thomas Johansson, que sólo tiene un rating de fuerte aficionado: 2206 (sólo en España habrá más de 200 jugadores que superen ese rating).

¿Cómo puede un aficionado escribir no ya un libro bueno sino importante sobre ajedrez? Pues no sólo puede, sino que debe porque los jugadores profesionales de ajedrez no suelen dedicar apenas tiempo a esta tarea, secundaria fuente de escasos ingresos. Los libros de reconocidos Grandes Maestros suelen ser malos o muy malos. Lo triste es que en estos casos lo mejor que puedes esperar es que el libro lo haya escrito otro y simplemente la figura famosa haya firmado con su nombre. Porque si lo ha hecho el propio profesional, el resultado puede ser catastrófico.

Los Grandes Maestros de ajedrez sólo escriben buenos libros si se refieren a sus propias partidas. Mención aparte merece la serie “escrita” por Kasparov de Mis Grandes Prededecesores, con algunos de los mejores libros de las últimas décadas, en especial los que tratan sobre Karpov o él mismo.

Los libros de ajedrez se centran principalmente en el estudio de las aperturas. Los primeros movimientos, al ser los únicos que se pueden preparar en casa, son los más estudiados. Además son los más transcendentales ya que una buena posición inicial facilita mucho el resto de la partida. Así, por lo menos dos de cada tres libros que se escriben, tratan sobre las aperturas.

Al tratar sobre aperturas, existen dos fuentes de información: partidas ya jugadas o ideas nuevas, aún no experimentadas. Las partidas jugadas están ahí fuera. Hay bases de datos en el Emule con millones de ellas y cualquier tiene acceso a todas ellas. Las ideas realmente interesantes son las nuevas, las nunca jugadas. Las habituales “recetas caseras”: movimientos mejores a los existentes, que dan la vuelta a la evaluación de una posición. Todo el mundo pensaba que una posición estaba igualada, pero gracias a ese movimiento, la cosa cambia: resulta que las negras están mejor.

Las recetas caseras son el germen de muchas victorias. Gracias a una de ellas, Anand venció en el reciente Campeonato Mundial a Kramnik y fue esto lo que le acabó coronando como campeón del mundo.
Ante una sorpresa inesperada, los jugadores se ven descolocados y acaban cometiendo errores. Es por eso que las jugadas nuevas y buenas son minas de oro.

Por eso los autores de libros no suelen regalar estas revelaciones a pobres aficionados. Se las suelen guardar para sí, para ponerlas en práctica ante otros maestros. Al final el posible beneficio económico de escribir un buen libro no compensa los resultados que se pueden conseguir en competiciones mediante el trabajo secreto de las aperturas.

Así, los jugadores profesionales que escriben (que no escritores profesionales que juegan) dan informaciones poco interesante sobre las aperturas:

  • Dan información que está disponible para todo el mundo, apenas si hacen algo más que ordenar.
  • Ocultan las nuevas ideas.
  • Incluso dan ideas “equivocadas”. De este modo, tienden trampas a sus rivales que a veces creen las recomendaciones del escritor del libro, pensando que este jugará tal y como sugiere. Pero luego no es así: el profesional saca el as de la manga, el as que no quiso escribir en el libro. Y engaña a su rival.

Hay jugadores profesionales que tras retirarse se dedican rutinariamente a escribir libros de ajedrez. Se convierten en escritores profesionales, pero de peor calaña aún: sacan libros como churros, a cual peor. Es como con un blog: obtienes más ingresos con muchas entradas malas que con una buena.

En general es sencillo detectar a estos farsantes. Basta ver cuántos libros han escrito en su vida. Si en un año escriben cuatro o cinco, pues va a ser que no se han esmerado mucho con ellos. Sin embargo tienen títulos de Gran Maestro o Maestro Internacional y eso basta como reconocimiento y justificación de que sus libros pueden ser buenos.

Thomas Johansson

Thomas Johansson simplemente ha escrito un libro de aperturas como se debería hacer:

  • Ha elegido una apertura sin preocuparse si estaba de moda, si la jugaban los Grandes Maestros, si tiene mucho futuro. Simplemente ha elegido la apertura en que es un experto.
  • Ha contrastado todos sus análisis con el ordenador. Con lo que no hay errores de cálculo, ni variantes que dicen “y las blancas están mejor” para luego demostrar que las negras tienen un golpe que da un enorme giro a la situación. Las valoraciones son todas correctas y para asegurarse de no meter la pata, por no ser un profesional, ha repasado cada comentario al detalle.
  • Le ha dedicado mucho tiempo a la escritura del libro. Más de dos años.
  • Al tratarse de una apertura poco conocida, puede decirse que la ha explorado totalmente, pasando a convertirse en la obra de referencia.

A pesar de ello, las críticas al libro no han sido todo lo favorables que se pudiera esperar. Los Grandes Maestros se atreven a menospreciar sus valoraciones “de aficionado”. Pero seamos serios: con un motor de cálculo como Rybka, que está en el Emule, cualquiera puede dar valoraciones mejores a las de un profesional en un 99,99% de las ocasiones.

El caso es que el libro de Johansson permanece en el olvido. A pesar de tener tres años seguirá siendo totalmente actual. Sólo ha tenido el éxito moderado de un aficionado: conseguir saltar de una página de autoedición a la más visible de Amazon – nadie quiso publicarle el libro no porque fuera malo sino porque era demasiado marginal: dirigido a un público demasiado pequeño.

Eso sí, el libro será bueno pero el título es pésimo: The Fascinating King’s Gambit no es un libro sobre el King’s Gambit (gambito de rey) sino sobre una variante en particular de ese gambito y eso lleva a confusión a algunos lectores y potenciales compradores.

The Fascinating King’s Gambit, en Amazon.

Squanto

Si bien la colonización de América del Sur y Central fue casi inmediata tras la llegada de Cristóbal Colón en 1492, la ocupación de los territorios de Norteamérica sería mucho más dificultosa. Estados Unidos no tuvo una colonia británica que perdurara hasta el año 1620, en Plymouth.

Es decir, pasaron 128 años desde que llegaron los españoles hasta que pudieron hacerlo los ingleses. Si ponemos las cifras actuales, imaginad que alguien descubre algo increíble en 1881 y una potencia mundial no es capaz de hacer eso mismo hasta el año 2009.

Lo que es realmente extraordinario de todo este hecho es que, cuando los desorientados ingleses que aspiraban a fijar su residencia en América, caminaban por el desconocido, peligroso y agreste territorio, se encontraron a un indio que sabía hablar inglés. Ese indio se llamaba Samoset.

Pero aún más increíble, si cabe, es que a los dos días ese indio se trajo a otro que habla un inglés muy bueno: Squanto(1580-1622) se llamaba este indio.

Y no solo eso, sino que Squanto sabía hablar algo de español. Estamos ante un caso de descubrimiento inverso a lo bestia.

Mientras los ingleses no encontraban la forma en que podrían colonizar ese territorio, Squanto había tenido una vida realmente azarosa:

1605. George Weymouth, un explorador inglés, visita los territorios actuales de Maine. Decide llevarse a unos cuantos indios como prueba de que realmente había estado en América. Squanto es uno de los elegidos.

1612. En Inglaterra aprende inglés para ser útil como traductor. Es enviado de vuelta al territorio americano, donde tras unos útiles servicios es liberado de nuevo.

1614. Camino hacia el sur, hacia las tierras de su tribu, Squanto es capturado de nuevo, por Thomas Hunt. Ahora es vendido como esclavo en Málaga (!) por 20 libras.

1616. Unos monjes franciscanos se quedan con este indio (y algunos otros que vendían junto a él). Al final Squanto consigue convencerlos de que lo liberen. Y en un viaje que no podría ser menos que extraño, consigue llegar de nuevo a Londres.

1618. Squanto hace un viaje a Terranova y vuelve de nuevo a Inglaterra.

1619. Por fin vuelve a América para quedarse. Se encuentra con que su tribu ha sido arrasada por la viruela. Sin donde ir, se une a otra tribu.

Así, cuando los temerosos peregrinos que llegaron a Plymouth en 1621 se encontraron con Squanto, tenía un conocimiento de Inglaterra mucho mayor que la mayoría de ellos y por supuesto había visto más mundo del que ellos jamás conocerían. Gracias a Squanto, la vida de los colonos sería más fácil y conseguirían ser la avanzadilla a la invasión europea que pronto sobrevendría.

How to

Uno de los How to (Cómo hacer) más extraños que hayas visto en tu vida, pero que en su momento (1939) tuvo considerable interés público: Cómo ponerse una máscara anti-gas cuando tienes barba.

[…]Cuatro rulos, que pueden comprarse comprarse en cualquier tienda. Se enrolla la barba en ellos y se colocan debajo de la mandíbula. Entonces la máscara anti-gas se coloca con normalidad, cubriendo también la barba y queda herméticamente cerrada. Este descubrimiento ha sido la forma de mantener la magnífica barba de mi esposo, y os lo envío en la esperanza de que pueda salvar la de otros.

PEGGY POLLARD.

La fábrica de ilusiones

Aterrador me ha resultado no que Madrid no gane la elección a la sede olímpica de 2016 sino el ver en directo el cambio informativo de periódicos, radio y televisión. Dos minutos antes de la votación: Madrid es la favorita. Dos después: Todo el mundo sabía que la favorita era Río. Los informadores se trastabillan en su incoherente discurso, tenían razones para cualquier ganador y justificaciones decisivas a favor y en contra de cada sede. Madrid pierde 32 a 66 y resulta que es una derrota por la mínima.

Nos venden ilusiones, no noticias. Esta, intrascendente, las otras, las que te crees, tal vez no. Si la función de la prensa es informar, ¿Por qué tengo que recurrir a la extranjera para al menos sospechar las opciones de victoria de cada cual?

Gracias a Dios, las casas de apuestas no fallan. Unibet daba 1.85 a 1 por Chicago, 2.5 a 1 por Rio y 18 a 1 por Madrid. Así, no hay quien se crea lo de favoritos.

¿Cuál es el tamaño de esta mentira? Bastante grande, pues pagan 15 a 1 por el que se atreva a apostar que el Atlético de Madrid ganará al Real Madrid tanto en casa como en el Bernabeu. Es decir, que un periodista dice en titulares algo tan improbable como lo anterior, y encima espera que te lo creas como si su ilusión o sus corazonadas fueran un argumento irrefutable.

La Farola

El periódico que todo el mundo conoce, pero que nadie ha leído se llama La Farola.

Un periódico que venden personas con recursos económicos mínimos, casi nadie sabe nada de él, todo lo más sonreímos al imaginar que, si los contenidos de los periódicos gratuitos son lamentables, los de ese periódico ya tienen que ser de traca.

La Farola funciona del siguiente modo: una editorial crea un periódico, los contenidos suelen ser lo de menos y la calidad es mínima. Algunos de los textos provienen de personas sin hogar, que viven en la calle. Pueden ser poemas o textos de difícil calificación.

A la editorial se presenta el pobre vendedor, que compra este periódico al precio de 0,5€ (las cantidades no son exactas, pues hay poca información actualizada). Luego el vendedor trata de colocar el producto, al precio de 2€, quedándose con el margen de la diferencia.

Para la editorial no hay riesgo alguno. Ellos ganan tanto dinero como periódicos consigan vender a personas sin apenas dinero. Luego estos se encargarán de venderlos como buenamente puedan.

La idea es excelente: pedir dinero es denigrante y al mismo tiempo ilegal. Vender periódicos no, o no lo es tanto. Además, los vendedores, conocedores de que el valor de lo que venden es nulo, tratan de “vender” sin dar nada a cambio. Una especie de limosna con excusa.

Por eso suelen llevar los periódicos envueltos en una hoja de plástico, como forma de protección, pues el papel de periódico es de calidad ínfima y el llevarlo a diario deterioraría mucho el producto. Al final un periódico se puede vender muchas veces.

Es por eso que la tirada es un tanto irregular. Los vendedores tratan de vender los ejemplares hasta que se quedan sin ellos. Actualmente la revista va por el número 298 (aproximadamente) pero he visto vendedores con el 297 y con el 296. Estoy interesado en comprar el número 300 y llevo ya semanas viendo que va a ser más complicado de lo que parece.

Este modelo de negocio se inició a manos de una persona que vivía en la calle en Nueva York (Street News, fundado en 1989 por John “Indio” Washington). Luego llegó a Europa vía Reino Unido para saltar posteriormente a Francia y de ahí a toda Europa. La Farola llegaría a España en 1995 de la mano de George Mathis.

La idea gustó mucho en todas partes: una forma de ayudar a estas personas, hacer que parezca que estaban trabajando. Junto con la Farola aparecieron una miríada de periódicos similares, a veces locales a veces algo más generales (interesante descripción en pdf).

George Mathis llegó a España viviendo de una forma espartana. Se alojaba en una pensión de mala muerte y tenía un tren de vida austero. Llegaba de haber fundado un periódico similar en Bélgica y la idea también funcionó bien en España. Luego obviamente otros le copiarían. Y surgiría la competencia.

El principal problema de La Farola es que se trataba de un periódico con ánimo de lucro. Esto suena muy mal, pero casi todos los que podemos, trabajamos por ánimo de lucro. Muchos veían fatal que una persona estuviera ganando dinero en un proyecto de contenido social tan importante. Los beneficios iban a los fundadores, no se reinvertían en obra social.

Por eso surgieron diferentes alternativas, casi todas caracterizadas por tener objetivos más propios de una ONG: si sobra un duro, para los pobres.

Estas ONG sin embargo no se quedaron cruzadas de brazos: lucharon porque sus pobres vendieran sus periódicos. A mediados de los años 90 se vivió una lucha underground de lo más triste que quepa imaginar. La Farola era el número uno del mercado, por llegar primero y por ser más ambicioso, pero los otros tenían mayor apoyo social y a veces estaban respaldados por asociaciones asentadas en las ciudades.

Como ya he indicado antes en un artículo (las ONG como negocio) el empeñarse en hacer el bien sin que haya personas que ganen dinero de por medio no siempre funciona. A pesar de las presiones, las denuncias y de todo, con el paso del tiempo La Farola fue derrocando al resto de periódicos, que si existen tienen una presencia testimonial.

Hoy en día se acusa a su fundador de ganar mucho dinero con el negocio. Se le trata de procesar por tener a empleados sin contrato, por ganar demasiado dinero “a costa” de los más desfavorecidos. Con todo esto el gran perjudicado es el periódico, que encima se gana una mala imagen.

Hoy en día nadie compra periódicos, menos si se sabe que el contenido es malo. Es por eso que los vendedores ya casi sólo se dedican a pedir de forma enmascarada.

Resulta curioso que el periódico no tenga página web, su presencia en la red es casi inexistente. Si tuviera botones de “Donar” con Paypal les pasaría lo que al resto de negocios en la red, no donaría ni Dios.
A mi la verdad es que me gustaría escribir artículos en La Farola.