La importancia de llamarse Kennedy

Es muy notoria la presencia de miembros de la familia Kennedy en importantes estamentos de la política americana.
Resulta curioso sin embargo que en los orígenes en que se forjara esta saga de políticos, amparados en costosas campañas electorales costeadas por Joseph P. Kennedy, ya el propio hecho de llamarse Kennedy se convirtió en una ventaja.

El caso más flagrante es el de John Francis Kennedy, un empleado de la fábrica de Gillette en Massachusetts que no tenía ninguna relación con los miembros de esta egregia familia. En 1954 ganó las primarias del partido demócrata y luego la elección ante los republicanos para el puesto de Tesorero del estado de Masachusetts. Hay consenso al señalar que el único motivo por el que ganó ese puesto fue por la coincidencia de su nombre (John F. Kennedy, como el futuro presidente y por entonces Senador del estado de Massachusetts).

John Francis Kennedy no dudó en colocar de inmediato a algunos de sus amigos en puestos políticos. Lograría la reelección en dos ocasiones, hasta que finalmente decidió presentarse al puesto de gobernador de Massachusetts (el equivalente a presidente autonómico en España). Esto ocurriría en 1960, con John Fitzgerald Kennedy ocupando la presidencia de los Estados Unidos.

En estas elecciones de 1960, alertados por la importancia de llamarse Kennedy, comparecieron seis John Kennedy que nada tenían que ver con la prestigiosa familia compitiendo por puestos de importancia en el gobierno de Massachusetts:

  • John Francis Kennedy, de Canton al que el puesto de Tesorero le sabía a poco y aspiraba al de Gobernador.
  • John B. Kennedy, de Saugus. Aspirando al vacante puesto de Tesorero.
  • John M. Kennedy, de Boston. También aspirando a la Tesorería.
  • John Kennedy de Braintree, aspirando al puesto de comisario del condado de Norfolk
  • Otros dos John Kennedy’s (de Everett y de Plymouth) aspirando a puestos en el Parlamento de Massachusetts

Esta irracionalidad, en la que basta con llamarse como un político famoso para tener opciones de hacer carrera política, se ha visto reflejada posteriormente en algunas películas. Pero el antecedente es bien real.

Fuente: Wikipedia, artículo sobre John Francis Kennedy.
Vía: People’s Almanac, The 20th Century (es un libro).

Disclaimer: No tengo familiares directos en la saga Kennedy.

50 euros

Uno

La cámara me costó un dinero en su tiempo. Está claro que está un poco anticuada, pero aún así iba muy bien. No sé que le pasó, si le entró arena o lo que sea, el caso es que la imagen de previsualizar no se ve y así grabar es un coñazo.
Lo malo del servicio técnico es que la dejas y a lo mejor te dicen “no tiene arreglo”, pero ellos te cobran igual cincuenta euros por la mano de obra. Que ya es echarle cara, cincuenta euros por decir “no sé arreglarlo”. No veas lo que abusan en los servicios técnicos, lo miran diez minutos y te cobran la hora entera, y a precio de oro.

Dos

Eso de Ebay no me inspira confianza. ¿Quién va a querer comprar una cámara que está rota? Sí, puede que le interesen aunque sea las piezas de repuesto. Aunque avisara muy bien de lo que le pasa, siempre hay gente que está un poco empanada y no se entera. Además, que es un rollazo. Poner el anuncio, ver quien responde, luego tienes que ir a correos, preparar el paquete. Los gastos de envío que los pague el que la compre, ¡Faltaría más! Total, por cincuenta euros que podría sacar, es que la trabajera no me compensa.

Beneficios del tabaco para la salud

Seguro que has visto alguno de los anuncios de hace varias décadas en que se elogiaban los beneficios del tabaco para la salud, como forma de aumentar las ventas. Hoy en día se exponen como ejemplo de desmesurada manipulación informativa.

Las mismas personas que se ríen de lo crédulos que eran nuestros antepasados aceptan sin lugar a dudas que el tabaco es perjudicial para la salud. Ahora bien, hasta en algo tan extremo como un producto que ha demostrado ser cancerígeno, y que se anuncia con rimbombantes indicaciones del tipo “Fumar mata”, hay lugar para rechazar un juicio categórico.

Indudable resulta que el tabaco es muy perjudicial para la salud. En cómputo general. Pero creo que es interesante indicar los siguientes hechos científicos; Fumar tiene los siguientes beneficios para la salud:

  • Hay pruebas que sugieren que fumar reduce el riesgo de cáncer de endometrio en mujeres que han pasado la menopausia en un 30%.
  • El tabaco reduce el riesgo de contraer Parkinson, especialmente en los hombres.
  • Fumar reduce el riesgo de colitis ulcerosa. En un 8% en hombres y un 3% en mujeres.
  • Se han observado tendencias que podrían indicar que el fumar es un factor que reduce el riesgo de contraer Alzheimer.
  • Numerosos estudios científicos avalan el hecho de que fumar, independientemente del estilo de vida y la dieta, produce una bajada del peso. Los fumadores suelen pesar entre tres y cinco kilos menos que nos no fumadores. El sobrepeso es un factor de riesgo en numerosas enfermedades cardiovasculares.

Relacionados: Mascar tabaco

Cervantes y los gitanos

Cervantes escribió palabras muy duras sobre los gitanos, su cuento “La Gitanilla”, empieza del siguiente modo:

Parece que los gitanos y gitanas solamente nacieron en el mundo para ser ladrones: nacen de padres ladrones, críanse con ladrones, estudian para ladrones y, finalmente, salen con ser ladrones corrientes y molientes a todo ruedo; y la gana del hurtar y el hurtar son en ellos como accidentes inseparables, que no se quitan sino con la muerte.

Raymond Schindler

Caruso

El diecisiete de abril de 1906 llegó a la ciudad de San Francisco Enrico Caruso, el eminente tenor italiano, a dar una serie de representaciones de la ópera Carmen en el Tivoli Opera House.

La extraordinaria y sin par voz de Caruso llenaría por primera vez la ópera de la ciudad de San Francisco. En su papel de Don José, lo habitual es que brillara y dejase un registro musical extraordinario. Sin embargo, como circunstancia curiosa, al día siguiente ninguno de los periódicos hablaría sobre su histórica representación.

A las 5:13 del dieciocho de abril de 1906 se produjo un fortísimo terremoto en la ciudad de San Francisco, de aproximadamente 8 grados en la escala de Richter. La primera sacudida duró unos 20 segundos. Luego llegaron otros tantos segundos de calma. Y un segundo temblor de más de cuarenta segundos, que destruyeron prácticamente todos los edificios de la ciudad y en los subsiguientes desastres acabaría provocando la muerte a más de 3.000 personas.

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Era un escenario apocalíptico: Las personas medio dormidas y mal vestidas trataban de salir de sus casas, buscaban refugio a cielo abierto. Entre ellos estaba Enrico Caruso, que abandonó su hotel con el escueto equipaje de una enmarcada fotografía autografiada por el presidente Theodore Roosevelt, valioso tesoro para el cantante.

Con todo el aire saturado de polvo, Caruso temió que su portentosa voz de tenor habría resultado dañada. Y para probarla, de entre los gritos de los ciudadanos de San Francisco emergería su estentórea y extraordinariamente única voz. Quizás nunca cantó Caruso con tanta devoción, comprobando que no sufrió daños en su don vocal, y creando al mismo tiempo una imagen terrorífica pero de extraordinaria belleza.

Schindler

Caruso abandonaría San Francisco, no sin antes prometer – y posteriormente cumplir – que jamás volvería a poner un pie en la ciudad. Al mismo tiempo, justo el día después del terremoto, llegaría Raymond Schindler. Schindler había abandonado la costa este americana y encaminado sus pasos hacia California – con la modesta intención de buscar una vida mejor, al calor de la fiebre del oro. Había llegado sin nada y con esperanzas de un nuevo comienzo, se encontró que, en su primer día en la ciudad, las cosas no estaban ni mucho menos propicias para esperar grandes progresos.

Pero los caminos del Señor son inescrutables. El de Raymond Schindler hacia la que sería la profesión, en que no sólo se haría famoso sino que brillaría, comenzó a recorrerse ese mismo día. Si bien el terremoto causó daños terribles, eso no fue nada comparado con los posteriores incendios, que devastaron lo poco que quedó en pie. Durante tres días la ciudad ardió en cincuenta y tres focos diferentes, algunos de ellos incontrolables. Fallaban las comunicaciones y no había suministro de agua corriente. El jefe de bomberos había muerto en el terremoto y la ciudad, inmersa en el caos, tardó mucho en recuperar algo parecido a la normalidad.

Obviamente a los pocos días del suceso, había trabajo abundante para los albañiles, carpinteros y constructores. En apenas tres años se construirían 20.000 nuevos edificios.

Pero otro gremio que tendría que trabajar incesantemente sería el de los agentes de seguros. No hay seguro que cubra los daños por terremotos, pero sí ante incendios. Y el volumen de personas afectadas era extraordinario, sobre todo si tenemos en cuenta que en muchos casos, damnificados por el terremoto trataban de enmascarar las perdidas sufridas mediante fuegos provocados a sus propiedades. Distinguir los afectados de los que trataban de obtener algo de todo lo que habían perdido, mediante un fraude, fue el trabajo durante de meses de los agentes de seguros. Entre ellos encontraría Raymond Schindler un puesto de trabajo.

La atención a los detalles, el tesón, la capacidad de observación, hicieron que en poco tiempo Raymond consiguiera un puesto importante entre los peritos de la aseguradora.

Su habilidad investigadora llamaba la atención y pronto trabajó en una comisión encargada de investigar prácticas corruptas en el gobierno de San Francisco. La investigación llegó a buen puerto y poco después Schidler recibiría una oferta para capitanear la delegación en Nueva York de una agencia de detectives. A los dos años, Schindler fundaba su propia agencia de detectives.

Sus mayores atributos como detective eran su enorme creatividad y su maniática meticulosidad en el trabajo. No pasó a la historia como el mayor detective de la historia – seguramente hoy sea la primera vez que sabes de él. Pero su labor en la investigación del asesinato de la niña de diez años Mary Smith es probablemente el trabajo detectivesco más extraordinario jamás realizado, al margen de los casos de ficción.

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Un día de 1911 la pequeña Mary Smith, de diez años de edad, fue como cada mañana a su escuela en Asbury Park, New Jersey. Pero jamás volvería a casa. Su cuerpo apareció a los pocos días. Había sido golpeada en la cabeza con un objeto pesado. La habían violado y la asfixiaron con sus propias medias. En la escena del crimen no se encontraron huellas dactilares, ni pistas, ni el arma del crimen. Nada.

Los vecinos pronto encontraron en Thomas Williams a un sospechoso sólido: era negro, un borracho y una persona problemática. Carecía de más coartada que su descripción del día:

me bebí una botella de whisky y sólo recuerdo que me quedé dormido.

Thomas Williams tuvo suerte de ser arrestado, porque la multitud clamaba justicia popular y estuvo a punto de tomársela por su mano.

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Sin embargo el sheriff Clarence Hatrick no lo veía nada claro y decidió contratar los servicios del ya entonces famoso detective Raymond Schindler.

Schindler investigó meticulosamente a cada uno de los vecinos de la familia Smith, sin descartar a ningún posible sospechoso. Tras obtener abundante información, sólo encontró un posible candidato: Frank Heidemann.

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Una criada también fue investigada como sospechosa policial, pero sin apenas fundamento.

Heidemann sólo tenía un margen de sospecha: era alemán y apenas si llevaba dos años en Estados Unidos. Con esa información, en su habitual meticulosidad, Schindler pidió informes al gobierno alemán y pronto supo que había sido arrestado – aunque posteriormente liberado – por abusos a menores. En cuanto fue liberado, hizo la maleta y se marchó a los Estados Unidos.

El sospechoso del público, el borracho Thomas Williams, no escapó a las investigaciones del detective, que optó por enviar a uno de sus colaboradores a la cárcel, para que le acompañara en la celda, como otro criminal más. Durante el tiempo en que este detective estuvo en prisión, vigilando de cerca a Williams y hablando con él, llegó a la conclusión de que debía ser inocente.

Sin más que el alemán Frank Heidemann como sospechoso, y con el único dato tangible de sus antecedentes en Alemania, Raymond Schindler cercaría al presunto asesino de una manera propia del más maniático de los psicópatas.

Neumeister

Heidemann vivía en una edificio alquilado, y su casero tenía un perro bastante grande. Schindler quería sacar al criminal que había dentro de Heidemann, que no ofrecía ninguna pista sobre su vinculación con el asesinato. Una noche tras otra, los detectives de Schindler se encargarían de tirarle piedras al perro, para que se pasase la noche ladrando sin parar. Schindler había tenido la inspiración de la novela de Sherlock Holmes El sabueso de los Baskerville, aunque obviamente lo que hizo no tiene nada que ver con lo tratado en la narración. Esperaba ver al delincuente roto por la falta de descanso, y que quizás cometiera algún otro crimen, aunque solo fuera matar al perro.

Pero Heidemann era un hombre paciente, que prefirió mudarse y marcharse a Nueva York, antes que aguantar o hacer algún daño al animal. A pesar de la muestra de entereza, Schindler no se amilanó y lanzó a sus colaboradores en su búsqueda. Una vez localizado, usó a uno de ellos: Carl R. Neumeister, de origen alemán.

Neumeister se dedicó a frecuentar los mismos lugares que Heidemann, pero sin acercarse a él, siempre distante. Hasta que un día el sospechoso vio que Neumeister tenía un periódico en alemán y surgió una conversación entre ambos. Neumeister se hizo pasar por una persona adinerada, que tenía dinero heredado y que no necesitaba trabajar para vivir. El objetivo, un tanto arriesgado, era que se hicieran amigos y que con el tiempo Heidemann confesase algo que pudiera servir de prueba condenatoria, o que se sintiera tentado de asesinar a su nuevo amigo para robarle.

A sugerencia de Heidemann, los dos alemanes se hicieron amigos íntimos, pero Neumeister nunca oyó ninguna confesión por parte de su compatriota.

Tratando de provocarle por métodos psicológicos un tanto burdos, Schindler buscó la película (muda) más terrorífica que pudo encontrar: una cinta francesa en que una niña es perseguida por un pervertido sexual y tiene que luchar por salvar su vida. Schindler consiguió que un teatro aceptara emitir la cinta en una sesión especial, a la que casualmente accederían los dos amigos alemanes, Heidemann y Neumeister, tras cenar juntos y pasar casualmente por el teatro.

En mitad de la película Heidemann dijo que no soportaba la película, y se marchó a su habitación, pero no dijo nada al respecto. Desde luego, no era la forma de obtener una confesión instantánea.

Pero Schindler era incansable y no tuvo suficiente con eso. Consiguió que un editor amigo suyo publicara en un periódico alemán una crónica sobre el asesinato de Asbury Park, mencionando de pasada el nombre de Heidemann. Esto facilitó que Neumeister pudiera sacar el tema a conversación, señalando la curiosa coincidencia del apellido. Aunque Heidemann reconoció que se trataba de él, y que había abandonado la ciudad porque le resultaba horrible lo que había sucedido allí. Y de nuevo, Schindler se encontró en el punto de partida, sin nada sólido contra Heidemann.

El último intento fue el más elaborado de todos e incluyó a un nuevo actor. Neumeister propuso a su amigo dar un paseo en coche, y así lo hicieron. Cuando estaban en mitad del campo, Neumeister indicó que parecía que se le había pinchado una rueda al coche. Bajaron a echar un vistazo y entonces llegó un tipo malencarado que pidió que le llevaran en el coche.

Neumeister se negó y entonces el individuo sacó una navaja. Asustado, Neumeister – el infiltrado de Schindler – disparó un tiro al delincuente, dejándolo muerto en el suelo. Los dos amigos alemanes escaparon de la escena del crimen impostado a toda velocidad.

Al día siguiente, la ficción en torno a la figura de Heidemann continuó. Los periódicos reflejaron el asesinato en una nota redactada por Schindler y sus secuaces. Neumeister se mostró muy nervioso y asustado, temeroso de ser descubierto en su ficticio asesinato por la policía. Heidemann mostró su fidelidad afirmando rotundamente que él le ayudaría en lo que fuera necesario para que no le descubrieran, y que él nunca diría nada.

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Una de las detalladas notas de Neumeister a Schindler

Al final el suceso clave fue un falso billete de barco hacia Alemania, colocado al descuido en un bolsillo de Neumeister, esperando que fuera descubierto por Heidemann. Este se enfadó al saber que el hasta entonces su mejor amigo trataba de marcharse del país sin decirle nada y, sobre todo, dejándolo atrás. Neumeister se defendió indicando que Heidemann conocía algo inconfesable de él y que siempre temería que pudiera denunciarlo en Alemania. Heidemann insistió en que jamás haría algo así, ante lo que Neumeister no se mostró conforme.

Finalmente, Heidemann cometió un error. Tras meses de paciente investigación, le sugirió a su amigo que, tal vez si él tuviera algo tan importante que ocultar como Neumeister, estaría seguro de que jamás le traicionaría. Neumeister, el detective infiltrado, se mostró dubitativo, esperando que Heidemann hablase. Hasta que finalmente reconoció que él también había cometido un asesinato: el de la niña Mary Smith.

Con la confesión obtenida, el resto fue fácil: Neumeister dejó un aviso a Schindler que se apostó junto a una nutrida delegación de policía de Asbury Park, en la habitación contigua a la de los dos amigos alemanes. Y entonces, Neumeister pidió a su compañero que se explayara en detalles sobre su asesinato, mientras que los policías y el encantado Schindler podían oír escondidos en la otra habitación.

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Con tan nutrido grupo de testigos, Heidemann fue finalmente detenido y acusado de asesinato. El juez no tuvo piedad de él y lo mandó a la silla eléctrica, donde acabaría sus días.

Fuente: People’s Almanac Presents the Twentieth Century (libro). La narración de este suceso es de Gary Kinder y la he seguido casi de principio a fin. Es la mejor y más interesante descripción al respecto.

No hay mucha información sobre el tema en Internet:
Un totalmente desconocido documental del 2001
Una página que trata de vender el relato detallado del asesinato y posterior investigación.
Aquí han copiado la narración íntegra de Gary Kinder, la fuente de la historia.
Las capturas de periódicos son del New York Times y enlazan a la página de cada una de ellas, donde se puede observar el resto de la noticia.

Nombres de niño y de niña

La proporción entre niños nacidos y niñas nacidas es de aproximadamente 105 niños por cada 100 niñas (los valores fluctúan entre 103 niños y 107 niños). Esto es un 4.76% más de niños que de niñas.

Sin embargo, sobre un estudio (propio) en una base de datos extensísima de distintos nombres de bebé (unos 75.000 nombres de todo el mundo usando diferentes fuentes) he podido comprobar que la diferencia nominal es mucho menor.

Hay casi tantos nombres de niños como nombres de niñas, decantándose un poco a favor de los chicos (un 2.63% más de nombres de niño que de niña).

Fuentes: Las listas de nombres han sido obtenidas de las páginas que se dedican a eso.

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Los hermanos Wright

Me ha resultado muy interesante la lectura en la wikipedia de la biografía de los hermanos Wright, los inventores del avión.

Al margen de los aspectos puramente técnicos – que interesarán a los aficionados a los aviones, entre los que no me encuentro – su vida está llena de puntos que nos hacen pensar en la génesis de una invención tan significativa para la historia y el progreso.

Cuando ellos se decidieron a embarcarse en el proyecto, se trataba de un invento que, nunca mejor dicho, estaba en el aire. Diferentes equipos estaban trabajando en Alemania, en Francia y en distintos puntos de los Estados Unidos. Estaba más que claro que la aproximación actual sería la definitiva, y era cuestión de poco tiempo, no más de dos décadas, antes de que el hombre pudiera construir un avión.

Los hermanos Wright eran dos: Orville -nacido en 1871 – y Wilbur -nacido en 1867. En realidad eran muchos más en la familia, siete hermanos en total.

La primera circunstancia interesante es cómo el destino unió la vida de estos dos hermanos en un proyecto común. Wilbur, el mayor, era un deportista y prometedor estudiante. A la edad de diecisiete años sufrió un accidente en un partido de hockey sobre hielo: se llevó un golpe en la boca que le destrozó algunos dientes. Esto ocurrió poco antes de alcanzar la mayoría de edad y truncaría sus pretensiones de acceder a la universidad de Yale. Wilbur se encontró desorientado durante unos años, sin saber qué hacer con su vida.

Justo entonces su hermano menor, Orville, estaba tratando de sacar adelante una imprenta local. Wilbur se asociaría con él, para ayudar a su hermano y ayudarse a sí mismo. De esta inicial colaboración, surgiría un tandem diabólico, uno de los equipos creativos más importantes de la historia.

Hacia el final del siglo XIX se puso de moda en Estados Unidos el negocio de las bicicletas. La bicicleta había existido desde hacía décadas, pero sólo por aquel entonces la tecnología se hallaba en un punto en que era posible fabricar bicicletas útiles a un precio razonable. Los hermanos Orville y Wilbur Wright montarían una tienda de venta y reparación de bicicletas en 1892.

Poco a poco, se iban acercando a su futura invención. La imprenta lleva a las bicicletas. Se está más cerca del avión. Son los titulares de los periódicos los que les llaman la atención.

En aquella época se estaban realizando pruebas a lo largo y ancho del planeta y cualquiera podría conseguir el ser el primero en volar. En particular destacaba el caso de Otto Lilienthal, un alemán que había sido capaz de desarrollar la tecnología necesaria para volar mediante aparatos planeadores. Sus exitosos experimentos con vuelos reales llenaban portadas de periódicos.

Volar se había volado desde hacía mucho tiempo, gracias a los globos. Y planear, aunque era darse una vuelta por el aire, no dejaba de ser una fase primitiva de lo que realmente se deseaba conseguir. El mérito de Lilienthal es enorme, pero aún quedaba apartado de ser conocido como el inventor del avión. Este inventor alemán moriría trágicamente en 1896 en uno de sus vuelos, dejando el resto del camino para otros.

Hacia el final del siglo, los hermanos deciden probar suerte en la fabricación de un avión. No tenían formación al respecto y ninguna experiencia. Así que escribieron una carta a la Smithsonian Institution (una suerte de academia de las ciencias americana) pidiendo información sobre textos y publicaciones sobre aeronáutica. Entre el material con el que comenzaron sus trabajos se encontraban los textos de Leonardo da Vinci.

¿No os resulta demencial? Hoy en día, en que uno dispone de toda la información de calidad que se quiera, pensar en dos hermanos que deciden pelear por inventar algo tan complicado, sin tener ni idea, pidiendo información por correo. Con textos del Renacimiento como base a falta de algo mejor. A mi me cuesta ponerme en la situación.

La Smithsonian estaba por aquella época patrocinando a Samuel Langley, que a su vez estaba tratando de construir un avión. Obviamente sobre sus avances tecnológicos los hermanos no obtendrían ninguna información.

Lo que escapa a la frialdad de la wikipedia es el encontrar el punto culminante en que dos fabricantes de bicicletas fueron capaces de darse cuenta de que, sin nada de su parte, ellos podrían construir un avión. Porque lo cierto es que en un periodo de tiempo insignificante, apenas tres años, tendrían operativo el primer avión real.

No se trata de una casualidad, ni un golpe de suerte. Eran dos personas que tenían todo lo que hacía falta tener para fabricar un avión. Y no había nadie, ni lo hubo hasta entonces, con lo necesario para realizar dicho invento. Y ellos, por alguna fuerza del destino, o por un instinto, se dieron cuenta de que estaban llamados a conseguirlo.

La historia es muy interesante y merece ser leída en la página citada. Un detalle muy llamativo sobre todo esto es el hecho de que en sus trabajos lo que más les paralizaría y en lo que más esfuerzos consumieron fue en darse cuenta de que algunas presunciones sobre el vuelo, incluso una de las ecuaciones básicas de la aeronáutica, estaban mal.

Al final toda la información externa con la que partieron sirvió de poco, o de mucho porque les situó cerca del problema. Pero para resolverlo, tuvieron que emplear sus propios recursos y descartar los de los demás.

Los hermanos construían el avión en su tiempo libre. Aunque el proyecto ocupaba todos sus momentos de ocio. Los dos estaban solteros y nunca se casarían. Vivían para su pasión, que era conseguir volar. No obstante, era bastante trabajoso realizar la más sencilla de las pruebas. Había que construir un avión o planeador y marcharse con él a varios kilómetros de distancia, a un terreno ventoso, despoblado y rodeado de arena (porque los accidentes estaban garantizados). Lo ideal era la costa, pero los hermanos vivían en Dayton, Ohio. Una ciudad de interior. Así, tenían que desplazarse a la playa de Kitty Hawk en Carolina.

Podían pasar semanas debatiendo sobre los cambios a realizar en los prototipos, pero luego se marchaban a Kitty Hawk unos días y si no había viento, o lo que habían pensado no funcionaba, o el prototipo resultaba muy dañado por un accidente era tiempo perdido. Se tenían que volver a Dayton y esperar a otro periodo de vacaciones.

Es por eso que realizaron otra de las invenciones que les honran como creadores: el túnel de viento. Ante la dificultad de construir algo tan complejo en ratos libres, sabiendo que se prolongaría demasiado su construcción, decidieron fabricar una especie de maqueta donde simular las corrientes de aire y el comportamiento de un aparato en miniatura ante ellas. Ni qué decir tiene que hoy no se hace un avión sin que haya pasado antes por el túnel del viento.

Gracias a este modelado que podríamos calificar casi de diseño virtual, el desarrollo se aceleró y consiguieron ser los primeros en crear un planeador manejable y posteriormente un avión.

Hay que llamar la atención sobre la invención en sí misma. Aunque un avión resulte un invento de complejidad tremenda, en la época pionera cualquiera que estuviera intentando fabricar un avión, podía darse cuenta de lo que hacía falta para construirlo, con sólo ver uno ya funcionando.

De nuevo si pensamos en parámetros actuales, el inventar un avión no tendría valor añadido alguno. Un avión era como un tenedor o una camisa de Armani. No necesitan explicarte cómo se ha fabricado para que tú ya sepas hacer una réplica. A golpe de vista se percibían las diferencias significativas: la cola y el mando que movía los controles, nada más y nada menos, ese era todo el misterio.

Pero para llegar a algo tan sencillo, imitable de un vistazo, hacía falta ser la pareja Wright, los únicos capaces hasta entonces de idear algo tan perfecto.

Tras inventar el avión, y lograr un nivel de perfección considerable (el avión era seguro, manejable y el vuelo podía durar varios minutos), los hermanos se dedicaron a tiempo completo a una tarea muchísimo más compleja: ganar dinero con su invención.

Y es que claro, a mi al menos me parece absolutamente justo que el inventor de una de las maravillas de la técnica se hiciera millonario con su invento. Pero habrá quien no piense así, sobre todo si tenemos en cuenta que su invento no tenía ningún valor per se.

Es como la pasteurización. El proceso descubierto por Pasteur cambió por completo la conservación de los alimentos y con ella la calidad de vida de las personas humanas. Pero el método carece de misterio una vez se conoce: calentar el producto durante unos pocos instantes y luego bajar la temperatura. Saber eso, ya lo supone todo, Pasteur seguramente no ganó ni un céntimo con su invención. Un caso parecido es el de Henry Bessemer con su polvo de oro. Tuvo que quebrarse los sesos para ocultar su proceso, o de lo contrario cualquiera podría haberle copiado y nunca habría ganado dinero con él.

En fin, que los hermanos tenían un avión en el garaje, la idea en sus cabezas y sabían que valía millones. Pero tenían que venderla. Y la verdad es que consiguieron su objetivo, aunque bordeando el desastre, como en sus primeros vuelos.

Los hermanos tenían terminado el avión en 1905 y trataban de venderlo a países: Francia, Inglaterra y los propios Estados Unidos estaban interesados. Pero los hermanos Wright no querían mostrar el avión hasta que hubiera un contrato firmado con compromiso de compra. Y ahí es adonde quiero ir: nadie quería firmar el contrato sin ver los aviones (se creía que era todo un fraude porque casi nadie había visto a los hermanos volar, más que nada porque eran unos geeks de la época, poco amigos de los medios de comunicación) y ellos no podrían venderlos si lo enseñaban a la ligera. Disponían de una patente sobre un método de vuelo, pero les había resultado complicado el conseguirla y no era garantía de nada, sobre todo fuera de los Estados Unidos.

Se abrió un peligroso periodo de tira y afloja, en que los Wright perdieron todo su crédito. Sobre todo en Francia donde los consideraban unos farsantes, no sin gran parte de justificación. Los países tenían interés, pero querían pruebas. Y ellos sabían que enseñar los aviones era suficiente como para que fueran copiados de inmediato.

Cuesta pensar la situación: miles de años sin que el hombre pudiera volar, y los dos únicos que sabían como hacerlo, se pasaron dos años enteros, 1906 y 1907, sin volar.

Si hubieran tenido menos cabeza, seguramente habrían conseguido una fama efímera, quizás hasta habrían caído en el olvido atribuyéndose el invento a otros. Pero esa negociación la realizaron de forma magistral, al más alto nivel. En 1908 sacaron los aviones de los hangares y asombraron al mundo entero con su invento, que fue comprado de inmediato por Francia y Estados Unidos.

Las demostraciones de vuelo causaron sensación mundial. Los Jefes de Estado viajaban a la busca de los hermanos para tener la oportunidad de ver semejante prodigio. Esto en sí es ya algo que ha ocurrido en contadas ocasiones en la Historia de la Humanidad.

Finalmente los Wright consiguieron contratos muy provechosos y ganaron mucho dinero con las comisiones por fabricación de aviones (el diez por ciento del precio de cada avión iba a parar a sus bolsillos).

Wilbur no tendría mucho tiempo para disfrutar todo esto, pues moriría en 1912. Pero su hermano viviría hasta 1948.

Se da el curioso caso de que en los Estados Unidos pronto serían copiados por otros constructores de aviones, que se negaban a pagar ningún tipo de canon. Glenn Curtiss era quien más problemas les estaba causando. Las batallas legales se prolongarían durante mucho tiempo, dando al final la razón a Orville Wright. Las limitaciones a la fabricación de aviones en Estados Unidos llegarían al punto de que apenas diez años después de ser inventado el avión, cuando el ejército de los Estados Unidos entró en combate en la I Guerra Mundial, tuvo que recurrir a aviones franceses, pues ya no disponía de una industria aeronaútica competitiva.

En esa época (finales del siglo XIX y principios del XX) el mercado más perjudicado por una invención era casi siempre el local. En ese mercado el fabricante podía asegurarse la autoría y cobrar un precio justo por su trabajo de creación. Pero en el resto del mundo, la copia estaba a la orden del día, a veces era casi inútil tratar de impedirla. De ese modo un invento podía fabricarse mucho más barato, por no tener que pagar ningún tipo de derechos a los creadores.
Y esto fomentaba avances más significativos en los países “ilegales”.

Finalmente queda el tenebroso asunto de la invención del avión. Durante muchos años, la Smithsonian Institution no quiso reconocer que los hermanos Wright habían inventado el avión. En sus museos se mencionaba a Samuel P. Langley como creador del avión. Y es cierto que creó un avión, pero no volaba más de diez segundos en el mejor de los casos y sus aterrizajes eran mediante accidente.

Esta polémica llevaría a que el primer avión de los hermanos Wright se exhibiera en un museo de Londres, y a que Orville Wright batallara por reconocer la autoría de su invención ya de cara a los libros de historia. Finalmente lo conseguirían pero no antes de 1948. El histórico avión terminaría en el museo de la Smithsonian Institution pero bajo un contrato con estrictas normas relativas a la información que ese museo ofrecería sobre la invención del avión.

Como curiosidad, la etiqueta que figura junto al avión dice “Invented and built by Wilbur and Orville Wright”. En estas cosas, el orden de los nombres nunca es trivial. Aunque sería su sobrino el que decidiera el texto a incluir, queda para la historia que, aunque ambos hermanos merecen todo el mérito de la invención, Wilbur aparece antes.

Gente que me odia

A lo largo de los años he escrito bastantes artículos, algunos de ellos críticos y otros no tanto. El caso es que según las casualidades del posicionamiento en Google, los que llegan a esos artículos antiguos lo hacen a veces para búsquedas específicas. Y cuando encuentran mi texto, se llevan una enorme decepción, pues es lo contrario de lo que querían leer.

Esto me ha llevado a que con el tiempo algunos artículos se han quedado exclusivamente destinados a recibir críticas, quejas e insultos. De las cuales, borro las que sean burdas. Los lectores quedáis ajenos a ese pequeño bombardeo de ataques a mis textos.

Es curioso, porque las quejas suelen ser sobre temas en los que no he tomado posturas muy agresivas, normalmente porque no estoy en contra especialmente. Hay una parte de errores de expresión, una parte de dificultades de lectura comprensiva y una tercera de colectivos que van “con la escopeta cargada”.

Los artículos que recuerde con comentarios unánimes en contra de lo que he escrito son:

  • Los vegetarianos. Y es curioso porque soy una de esas personas que prefieren la mortadela al jamón y la tortilla al filete. Pero algunos entendieron el texto como un ataque contra una forma de vida tan pura y de ideales tan nobles como es la de ser vegetariano. Las mejores críticas son las de los que todavía no son vegetarianos, pero están pensando en convertirse.
  • Los que viven en Sanchinarro. Mi crítica a ese modelo de construcción tan incoherente, me ha descubierto numerosos traumas infantiles, además de mi elevado sentido de la envidia.
  • Los homosexuales. Por el simple hecho de tratar de contabilizar el número de personas que son gays, o incluso por defender que la postura de que los que no aceptan que los gays adopten niños implícitamente están justificando que creen que son “algo inferior”. (usar cinco “que” en una frase, eso sí que es digno de críticas).
  • Los gitanos. Y más en concreto, las niñas payas que se han casado con un gitano y han visto que era una persona normal – a veces.
  • Los ecologistas. Por reproducir un artículo de pensamiento crítico sobre los riesgos de la energía eólica.
  • Los estudiantes de chino. Porque alerté por lo que en mi opinión es un enorme malgasto de energías: intentar aprender chino.

Si de verdad estas fueran mis obsesiones, sería aún más raro de lo que soy. Con el tiempo creo que el tono crítico se ha ido suavizando, supongo que por darme cuenta que criticar es destruir y mucho más fácil que intentar ser positivo – en lo que se puede ser. Por eso está pasando esta crisis de puntillas, sin que mencione casi nada sobre ella.

No sé cómo pude olvidar a los que me critican tal vez con menos motivo de todos: los amantes de la música clásica.

Ajedrez. La mejor jugada

Un interesante estudio estadístico sobre las partidas de ajedrez, tomando los datos de una base de datos aceptable (4.200.000 partidas) que no son exclusivamente de Grandes Maestros, permite obtener unos datos representativos de la partida de ajedrez:

La media de jugadas de una partida es de 57,63 medias jugadas (una de blancas o de negras). Lo que en jugadas normales se traslada a 28,8 jugadas. Es menos de lo que esperaba (me imaginaba 35 aproximadamente).

Las blancas ganan mayor porcentaje de partidas en septiembre, mientras que las negras alcanzan su máximo de victorias en abril (!).

La apertura más veces jugada, según los códigos Informator, es la B22 (Variante Alapin de la defensa Siciliana).

La fuente muestra una interesante lista con las aperturas en que hay más victorias de blancas y de negras. Esto tiene una posible explicación: hay aperturas “de blancas” (como la variante del cambio de la apertura española, el ataque Keres, o el gambito de rey) en las que el jugador de blancas suele estudiar sus variantes favoritas mientras que el de negras suele improvisar o tener una sola forma de respuesta. Igualmente hay aperturas de negras (son las más, como el gambito Budapest, la variante Svesnikov o el ataque Marshall). Cuando un rival conoce mejor su apertura y sorprende a su rival, suele obtener buenos resultados.

También hay aperturas que son sencillamente malas para uno de los dos bandos (C00, variantes irregulares de la defensa francesa (el irregular es el juego del blanco)) y tienen que ofrecer malos resultados.

El punto más interesante de toda la estadística es, en mi opinión, obtener la mejor jugada posible. ¿Cuál es la jugada que, caso de hacerla un bando, gana mayor porcentaje de partidas?

Al final por lógica, se aúnan tanto la potencia de convertir un peón en reina (al llegar a la última fila) con el hecho de que esa llegada puede hacerse mediante una captura (¡Dos pájaros de un tiro!) . Y puestos a elegir sitio, el mejor de todos es capturar con el peón blanco de f7 una pieza en g8.

Así, la jugada que más probablemente lleva a la victoria de todas es f7xg8 =D!! Con ella las blancas tienen una probabilidad de ganar mucho más elevada que las negras (de 6.4 a 1).

Como curiosidad (y por aportar algo), una partida en la que las blancas hicieron la mejor jugada posible y aún asín, perdieron: Minasian-Tiviakov, Frunze 1989.

1. e4 c5 2. Cf3 d6 3. c3 Cf6 4. h3 Cc6 5. Ad3 d5 6. e5 Cd7 7. e6 fxe6 8. Cg5 Cf6 9. Axh7 Cxh7 10. Dh5+ Rd7 11. Cxh7 De8 12. Cf6+ exf6 13. Dxh8 b6 14. O-O Aa6 15. Te1 Dg6 16. d4 cxd4 17. Dh4 e5 18. Cd2 Ad6 19. Cf3 Ad3 20. cxd4 e4 21.Ch2 Cxd4 22. Af4 Cf5 23. Dg4 Dxg4 24. hxg4 Axf4 25. gxf5 Ae5 26. Tad1 Axb2 27.Te3 Rd6 28. Tg3 a5 29. Txg7 a4 30. Cg4 a3 31. f3 Ac4 32. fxe4 Axa2 33. e5+ fxe5 34. Tg6+ Rc5 35. f6 Ac4 36. f7 Tf8 37. Ch6 d4 38. Tg8 Txg8 39. fxg8=D Axg8 40.Cxg8 a2 41. Cf6 d3 42. Rf2 Rc4 43. Ce4 a1=D 44. Txa1 Axa1 45. g4 Ad4+ 46. Re1 Ac5 47. g5 Af8 48. g6 b5 49. Cd6+ Rc3 50. Rd1 b4 51. Ce4+ Rd4 52. Cg5 b3 53.Rc1 e4 0-1

Simétricamente, la mejor jugada para las negras es también una coronación. En este caso de un peón en a2 capturando en b1 una pieza y a la vez coronando. a2xb1=D!!.

New York, Londres, Tokio, Sevilla

relojes-horarios

En este artículo aprenderás el origen de estos relojes con las horas simultáneas de varios países.

Relojes con horas simultáneas

Cuando veo esos relojes con los horarios simultáneos de varios países tengo una sensación de placer y asco simultáneo. Lo que oficialmente se conoce como morbo. De un lado son estéticamente atractivos, que duda cabe. Pero normalmente esconden un mensaje pueblerino. Se muestran horarios de ciudades importantes, distribuidas por todo el mundo. Y luego la hora local, como codeándose en esa élite mundial.

En el título he escrito New York (que nunca falta pues es la sede de la “Bolsa Mundial”), Tokio porque está en el quinto pino y nadie sabe la diferencia horaria con ellos, además de ser importantes. Londres está bien porque es Europa pero al mismo tiempo no tiene la misma hora que el resto. Y finalmente una ciudad que no alcanza la talla de las otras. He puesto Sevilla pero bien podría haber sido Malta, Móstoles o Uzbekistán: no deja de estar a otro nivel.

En un tiempo estos relojes fueron símbolos de modernidad, tiempo real, internacionalidad. Ahora donde más se los ve es en los locutorios, la parte pobre de la globalización.

Los tiempos de los romanos

Hay que irse muy atrás en el tiempo para entender el origen de esos relojes con horas de varios lugares. Exactamente hay que trasladarse a antes de que existieran los relojes.

En la antigüedad no existían los relojes. No porque no pudieran o supieran construirlos, sino porque eran del todo innecesarios. El sol servía como referencia perfecta para saber la hora que era en cada momento.

Para los romanos, Prima hora era aproximadamente a las siete de la mañana. Coincidiendo con la salida del sol. Luego las horas se podían computar a ojo. Sexta hora coincidía con el medio día: cuando el sol está en el cenit y no se produce sombra. Duodecima hora era el momento de la puesta de sol.

El método no era el más eficiente posible, pero hay que entender que la precisión no era verdaderamente necesaria. Uno tenía que estar en el trabajo cuando hubiera luz y marcharse cuando se fuera. El carnicero sabía que no vendería nada más después de la hora de la comida. Si trabajabas, era de sol a sol. No había turnos.

Durante siglos el reloj resultó totalmente prescindible, era más una curiosidad que una herramienta de progreso. Por supuesto existían quienes no podían vivir sin él y aquellos que matarían por una décima de precisión. Pero era una parte insignificante de la población. Entre ellos estaban los científicos pero sobre todo los marineros. Con un buen reloj se podían navegar de forma bastante precisa. O al menos tener una idea de por dónde navegaba el barco en un momento dado.

El reloj empezaría a resultar útil con la Revolución Industrial: las personas trabajaban en turnos, los procesos se cuantificaban. Se producía en masa y para distinguir lo bueno de lo mejor, era necesario contar lo que se tardaba en hacer cada tarea. En una fábrica del siglo XIX, un reloj era muy útil.

Sin embargo algo seguía siendo igual que en la época de los romanos: el tiempo válido lo daba el sol. Es decir, eran las doce del medio día cuando el sol estaba en en cenit y las siete cuando salía el sol, no importa si estábamos en los rigores de febrero o en pleno verano. Siempre eran las doce de la mañana cuando el sol llegaba a la mitad de su recorrido.

Esto nos puede chocar hoy en día en que a muchas personas les sorprende que sean las ocho de la mañana y no haya luz (durante los meses de invierno) y se maravillen de que sean las nueve y media de la noche y todavía haiga luz. Este sistema anticuado de marcar la hora es el más natural que existe.

Ahora bien, para la fabricación de un reloj, la precisión que ahora controlamos de forma obsesiva carecía de sentido. Si un reloj era capaz de medir con precisión de milésimas de segundo no servía de nada porque había que cambiarle la hora de acuerdo a la hora oficial que era la de las doce del medio día. Esta hora se marcaba en un reloj singular, normalmente una torre en el centro de la ciudad o pueblo. La hora oficial y válida era la que marcara ese reloj y se solía actualizar con frecuencia, pues todos sabemos que no siempre el sol llega al cenit justo a las doce de la mañana.

El ferrocarril y el telégrafo

El cambio rotundo en la concepción del tiempo surgiría a mediados del siglo XIX, cuando por primera vez las personas y la información podían trasladarse a velocidades razonables.

Un viajero podía abandonar Madrid en su carro y llegar a Zaragoza en un par de días. Y al igual que hacía en su ciudad de origen, cuando encontrase un reloj oficial ajustaría su reloj. No suponía ningún trauma. Ahora bien, hay que entender una cosa muy importante: la hora de Zaragoza y la de Madrid no eran la misma. Pero es más, es que la hora de Madrid y la de Alcalá de Henares tampoco eran la misma.

No importa lo cerca que estuvieran dos ciudades, no siempre compartirían la misma hora. Esto es debido a la distancia solar entre regiones, que aunque puede ser de segundos, no deja de existir. Pero por encima de ello está la intervención humana. En ciudades importantes existían astrónomos (por llamarlos de alguna forma) que se dedicaban a ajustar los relojes siguiendo el criterio que su vista les sugería. No había una forma exacta de determinar la hora en que el sol está en el cenit. Y en aquella época y con aquellos medios, aún menos. Por eso el astrónomo de Móstoles podía juzgar que era mediodía a las 12:05 y el de Madrid pensar que se llegaba a ese momento a las 12:13. Asín estaba el patio.

La aparición del ferrocarril y el telégrafo revolucionarían estos conceptos. El telégrafo era instantáneo y permitía enviar información entre dos lugares. El ferrocarril era rápido y en poco tiempo podía llevar a muchas personas de un lugar a otro. Estas tecnologías mejoraban a marchas forzadas, por lo que los problemas que al principio resultaban curiosidades se acaban transformando en auténticas paradojas y pesadillas que impedían el buen funcionamiento.

Está claro que si había un cable entre Madrid y Barcelona, era posible enviar un mensaje instantáneo entre ambas ciudades. Pero su diferencia horaria bien podía ser de media hora solar. Al enviar mensajes se suele indicar la hora de envío y recepción, como forma de control. Para un operario de telégrafo era necesario, si no imprescindible, no sólo conocer la hora de su ciudad, sino la de los lugares donde se podían recibir o enviar mensajes. De ahí que poco a poco estos relojes plurales empezaran a ser necesarios.

Móstoles, Coslada, Madrid

Uno ve los relojes cosmopolitas y se debe sentir decepcionado al conocer que los primeros relojes simultáneos tenían horarios tremendamente locales. Y lo importante no era la hora, como ahora, sino la aguja del minutero.

Pero claro está que en España estos relojes no tenían cabida. Aquí se guiaría uno por el sistema de tablas escritas en papel. En Móstoles son cinco minutos más que en Madrid y tres menos que en Coslada.

Donde realmente se daban situaciones dramáticas era en lugares cosmopolitas y tecnificados. Ya iba siendo hora de que abandonáramos Móstoles y saltásemos a Nueva York.

Boston, New York, Philadelphia

Hay que imaginar la situación que se podía vivir en una ciudad como Nueva York, cuyas comunicaciones con ciudades bastante alejadas era fundamental. Los trenes viajaban a numerosas ciudades de los alrededores. Los mensajes que llegaban de Europa volaban a puntos a lo largo y ancho del continente.

Pronto se llegó al punto en que resultaba imprescindible conocer con bastante exactitud la hora de las distintas ciudades. Y como esa hora se actualizaba de continuo, dependiendo de un astrónomo local, se debían obtener registros válidos casi diarios. Como esa información era valiosa pronto se empezó a vender por dinero. Y sería Western Union la que sacaría tajada con el negocio, obteniendo el curioso monopolio del tiempo.

Ellos tenían una amplia red de distribución de telegramas y gracias a ella podían enviar mensajes a las ciudades más importantes del país, obteniendo horarios actualizados y vendiendo esta información a quien la necesitara. Obtuvieron un acuerdo con el Ejército, que era quien disponía de los observatorios. Western Union les repartiría las horas locales de forma gratuita, siempre y cuando les dejaran vender esa información a otros. Quien viviera en Chicago podía saber que cuando eran las 12:00 en su ciudad, también eran las 12:19 en Columbus, 12:13 en Atlanta, 11:50 en Saint Louis y las 11:27 en Houston. Con el boom económico de la época esta información podía resultar relevante para muchos negocios.

Donde los horarios resultaban caóticos era en la confluencia de los tiempos de diversas regiones: las estaciones de tren. Sin un tren sale de Boston a las 12:00, otro de Chicago a las 14:00 y otro de Philadelphia a las 13:30, ¿Qué tendrían que hacer los viajeros con sus relojes al llegar a la ciudad de destino?

Cada cual tendría que cambiar la hora, pero al mismo tiempo tener en cuenta que, si el suyo era un tren de tránsito, el horario del nuevo tren estaría basado no en la hora de su ciudad de origen, sino en la nueva. Y para colmo de males, ante la dificultad de los horarios, las compañías de ferrocarril dieron otra vuelta de tuerca. En su afán por coordinar su operativa y rutas, las principales líneas de tren tenían su propia hora.

Un viajero que saliera de Portland, en Maine, y llegara a Buffalo en el estado de Nueva York, podía encontrarse con cuatro diferentes tipos de “hora”: El reloj de la compañía New York Central Railroad marcaría las 12:00 (hora oficial de Nueva York). El de las compañías Lake Shore y Southern Michigan, en la misma habitación, tendría las 11:25 (hora oficial de Columbus), el reloj de la ciudad de Buffalo marcaría las 11:40 y su propio reloj tendría las 12:15 (hora de Portland). En la estación de Pittsburg, en Pennsilvania, había seis estándares horarios diferentes para las salidas y llegadas de los trenes.

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Podéis entender que para un viajero de 1860, falto de costumbre en usar transportes públicos, esta locura de horarios podía resultar misión imposible. Sí, sólo había que restar o sumar unos minutos, pero tenías que hacerlo varias veces al día. Y si tenías que cambiar de tren para llegar a tu destino, las dificultades aumentaban. La tabla de más arriba es una lectura realmente densa, sólo para saber a la hora a la que se llegaría a un lugar.

Sería en estas estaciones de ferrocarril donde nacerían estos relojes tan innecesarios hoy en día. En ellos se mostraban la hora local, la de las principales ciudades de destino y la hora oficial de las compañías que operaban en dicha estación, que en ciudades como Chicago eran hasta doce.

La unificación de horarios

En 1863 Charles F. Dowd sería el primero que propondría el sistema de cuatro zonas horarias unificadas que acabaría imponiéndose en Estados Unidos. Charles F. Dowd no era más que un profesor, pero la idea acabaría llegando a los oídos adecuados, porque tenía mucha lógica económica. Si ahora se entiende que la unificación monetaria de la Unión Europea ha sido un avance, ¿Qué pensar de una unificación temporal? La incertidumbre entre horarios hacía perder muchos minutos de trabajo a muchas personas. Una enorme pérdida de dinero. Y de tiempo.

Para los ciudadanos de a pie sin embargo la idea era un disparate. Una persona no podía entender que fuera necesario que todas la ciudades del Estado tuvieran horarios idénticos. No le encontraban ninguna lógica y el hecho de que a los empresarios sí les resultara conveniente no hacía sino levantar mayores suspicacias.

Sería sin embargo William F. Allen, el presidente de una asociación de managers de líneas de ferrocarril el que pondría el proceso en marcha en 1881. Se tuvieron en cuenta algunas de las ideas de Dowd, pero las divisiones se realizaron atendiendo a la lógica y los intereses de las empresas de ferrocarril.

Fue realmente complicado poner de acuerdo a los presidentes de compañías ferroviarias, que normalmente se odiaban a muerte y hasta se sentían impulsados a agredir físicamente a sus competidores. Pero todos comprendieron la conveniencia de la medida y poco a poco se llegó al consenso de unificar horarios.

En este caso estamos ante una unificación sorprendente, si la comparamos con medidas similares (el cambio de calendario al gregoriano, las modificaciones en el sentido de la circulación (derecha-izquierda)) pues no estuvieron implicados en ningún momento los gobiernos. Fue una acción puramente privada y empresarial llevada de espaldas a lo que hicieran las propias ciudades.

Obviamente las líneas de ferrocarril no podían provocar un cambio en el resto de poblaciones pero sabían y esperaban que con su gesto se motivaría a las ciudades a que les acompañaran. Si algunas de las principales se atrevían a seguir su unificación, podría llegarse a un efecto dominó que lograse algo tan excepcional como que todas las ciudades del país tuvieran los mismos minutos (y todas las próximas entre sí, la misma hora).

Un escollo importante para conseguir este desafío era Western Union que, con su monopolio del tiempo, estaba a punto de perder un negocio muy suculento. Pero en cuanto los magnates de los ferrocarriles se pusieron de acuerdo entre sí, no había poder lo suficientemente fuerte que se les opusiera y Western Union entendió que una retirada a tiempo era la única opción posible. Charles Pugh, vicepresidente de la Pennsylvania Railroad, se encargó personalmente de tranquilizar los ánimos de los directivos de Western Union.

Sin oposición por ninguna parte, los ferrocarriles cruzaban los dedos para que las ciudades se les unieran en el proyecto. Todas tenían un actitud vacilante, pensando en ver qué harían los demás. El colectivo ferroviario convenció por separado a los responsables de las principales ciudades de que firmaran un acuerdo no vinculante, y que ellos se encargarían de dar publicidad al proyecto y explicar en la prensa en qué consistía.

El día de los dos mediodías

Al final el proyecto fue un éxito para muchos inesperado. El día elegido fue el domingo 18 de noviembre de 1883, y sería recordado como “el día de los dos mediodías”. El reloj de Nueva York marcó las doce de la mañana para luego, apenas cuatro minutos después, volver a marcarlo mediante la entonces habitual bajada de carrillón. La gente se agolpaba en las plazas principales con las torres del reloj para presenciar este acontecimiento histórico. El primer día, 70 de las 100 principales ciudades del país adoptaron el nuevo horario, que sería asimilado de forma masiva. Un año después más del 85% de las ciudades de más de 10.000 habitantes se regían bajo el mismo sistema horario, que hoy conocemos.

El miedo de las personas a un cambio tan importante era razonable. Si nos alejamos de Nueva York y nos adentramos hacia el oeste, la diferencia horaria era más significativa. En Chicago los trabajadores tendrían que trabajar nueve minutos más. Cuando se enteraron de la idea, amenazaron con la huelga. Ya en la zona fronteriza entre dos husos horarios, mucha gente no era capaz de comprender que los vecinos del pueblo de al lado pudieran levantarse una hora más tarde para ir a trabajar. Hoy nos parece la cosa más natural del mundo, entonces muchas personas estaban preocupadas y durante semanas vivieron con enorme incertidumbre el cambio.

Lo que ocurriera en Estados Unidos acabó imponiéndose en otros países. Inglaterra tenía un horario unificado hacia 1850, también motivado por la presión ferroviaria, pero de forma dirigida por el gobierno. Pasado algún tiempo se llegaría al sistema actual, en que en todas partes del mundo, salvo contadas excepciones (Venezuela…), los minutos coinciden.

No sé por qué perduró la costumbre de los numerosos relojes. Carece de sentido hoy en día, pues si no estás seguro de la diferencia horaria entre dos países, un reloj no aporta suficiente información. Si te digo que son las cuatro en Tokio no puedes estar seguro de si lo son de la mañana o de la tarde. Y si lo sospechas, no necesitas de un reloj para eso.

Resulta curioso, una ironía del destino, que en las oficinas de envío de dinero, como las de Western Union, sean donde se sigan viendo estos relojes por regiones.

Fuentes: Hace años que conocía parte de esta historia pero he tardado en tener documentación de referencia. Las fuentes principales son:

Made in America, de Bill Bryson (libro). Bryson es uno de los pocos escritores extraordinarios de los que acabaré leyéndolo todo.
Economics of Time Zones (PDF) un interesante y detallado estudio sobre el caso de cambio de hora en Estados Unidos. De él provienen las citas y la inquietante tabla de diferencias de horarios.